Composición laureada con una rama de laurel de plata en los juegos florales realizados en Mercedes el 24 de septiembre de 1879, por un jurado integrado por Guillermo Rawson, Bartolomé Mitre, Antonio Bermejo, Miguel Navarro Viola, Lucio Vicente López, Adolfo Rawson, Estanislao Ceballos y Carlos Guido Spano.
Es la imagen eterna del Progreso
El insaciable beso
En que viven los átomos asidos.
Era la noche —¡la tremenda noche!—
En el vacío inmenso de los mundos;
Operando en los ámbitos profundos
La máquina perfecta de la tierra;
Era un fulgor que el cielo atravesaba
Y se hundía entre nieblas,
Dejando en pos de su, carrera ignota
Como rastros de lava,
Como polvo de luz en las tinieblas;
Era el fragor de la materia errante
Que en átomos ardientes
Bullía en el espacio fulgurante;
Y una frígida onda sollozante
De otro cielo sin soles desprendida
Azotando la mole vacilante
Del planeta gigante,
Y templando su carne derretida;
Era el globo de luz —¡eterno globo!—
Que a la inerte materia dominaba;
Su poder subyugaba,
Y sus fauces ciclópeas atraían;
A través de los siglos del vacío
Se lanzaba en olímpica carrera
Llevando en pos, cual nube de
A su carne brillante enderezadas,
Y en su atmósfera ardiente esclavizadas,
Un cortejo sumiso de planetas;
Era el primero y temeroso giro
Que en torno de ese sol aventuraba
La tierra conmovida;
El más tierno suspiro
Con que el astro feraz la acariciaba,
Fermentando en su ser la eterna vida;
Y era el hervor de la colmena humana
Que de su entraña férvida surgía;
La materia villana
Que al estado de ser se ennoblecía;
El sol, el firmamento,
Daban luz a su virgen pensamiento
Palpitando en su cráneo modelado
Y las ondas del viento
Repetían su voz, estremecidas;
Y era un mágico acento,
Como ningún acento modulado!...
Rugía el mar; —¡el mar embravecido
Por la ocasión primera!—
Y el aquilón sobre su espalda fiera,
Con bélico alarido,
Gobernaba sus tumbos de pantera.
El cielo encapotado—
Virgen aún de truenos y centellas—
Las tímidas estrellas,
Que inocentes aún resplandecían
Sobre la tierra virgen como ellas.
Por el ábrego rudo sacudidos
Los árboles potentes
Atronaban la selva pavorosa,
Como un coro siniestro de silbidos,
Como un dantesco enjambre de serpientes!
Y en la cárdena raya
De la tierra y el cielo,
Se destacaban las informes fieras
Que trepaban al monte,
y a la pálida luz del horizonte
Proyectaban sus sombras en el llano
Como bandada negra de quimeras
Atravesando el pensamiento humano!
Y fue la noche —¡la primera noche
Que al hombre sorprendía
Era el primer misterio
Que ejercía su imperio
Y a la humana razón sobrecogía!—
¡Y el hombre huyó!... Sus crines vigorosas
Cual bélico plumero,
Desparramaba al viento,
LLevando en sus espaldas poderosas
Su cachorro primero,
Fruto gigante de su amor violento!
De peñasco en peñasco desprendido
Iba como las piedras derrumbadas,
Juntando su alarido
Al salvaje rugido
De las fieras del bosque atribuladas;
Y en el peñón más árido y desierto,
Colgado, allá, sobre el abismo abierto,
Fue a sepultar la sudorosa frente,
En el seno turgente
De su atlética esposa,
Al resplandor de su pupila ardiente,
Bajo los besos de su boca ansiosa!
La mañana primera
Le halló en su lecho púdico dormido...
Desde entonces el águila altanera,
Como el primer,varón sobrecogido,
Sólo cuelga su nido
De la roca más áspera y más fiera.
Quién es aquel que tala y que destroza
El bosque virgen bajo el hacha impía,
Para elevar sobre el labrado suelo
Esa gruta modelo
Que al furor de los siglos desafía;
Quién es aquel que doma y que devora
Las fieras de la tierra
Y las aves altísimas del cielo,
Y en frágil barquichuelo
Surca las aguas de la mar traidora;
Quién es aquel que intenta
Medir la inmensidad del firmamento,
Y palpar sus arcanos,
Y pulsar con sus manos
La pulsación eterna de los mundos;
Y en los cielos profundos
Verles surgir, crecer, aproximarse,
Pasar ante sus ojos
Cual procesión de monstruos desbocados,
Y en los antros ignotos abismarse!
Quién es aquel que vive sobre el mundo
Sin más ley ni más Biblia que su antojo,
Cuyo potente arrojo
Enfrenta el rayo y encamina el viento,
Quién es aquel que doma y que sujeta
Su propio corazón en un momento;
Quién es aquel, quién es, que no respeta
Más Dios, que la Razón y el Pensamiento!
¡Helo aquí! ¡Con el rostro misterioso
Echado sobre el pecho,
Como un Dios meditando caviloso!
Bajo su pobre techo
Fermenta el rayo y explosiona el trueno;
Y en su cráneo saliente y ojeroso,
Que el escalpelo del estudio labra,
Se anida la palabra,
La estrofa del poeta,
Y la nota brillante y cristalina,
Su potencia divina
Engendra con el verso y la paleta!
No es el Adán salvaje
De las vírgenes horas de la tierra,
Saltando fugitivo,
Como cervato esquivo,
De risco en risco en la escarpada sierra;
El rayo, la tormenta y el estruendo
Del huracán helado,
Que atribulan al mar en sus barreras,
Hacen temblar de espanto a las panteras
Y al secular abeto bambolean
En su tronco de lavas y granito,
No le arrancan un grito,
Ni su gigante espíritu flaquean!
El hueco de las tumbas,
Do sólo anida el pájaro sombrío,
Y el mismo cráneo disecado y yerto
De cóncavo desierto,
Sólo dicen a su alma,
Que el alma en esos cóncavos no ha muerto.
El trono ebúrneo do dictaban leyes
Los poderosos reyes,
Bajo su brazo hercúleo bambolea
Para hundirse en la cripta del olvido:
Guerrero envejecido
Que desarman las armas de la Idea!
El olimpo desierto de los dioses
No tiene rayos que a la tierra vibre,
Y al yugo de los hombres
No rinden hombres su cabeza libre!
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