los días que caían
en la soledad de una botella,
en el tiempo que se arrastraba a tus pies
bajo las altas barreras del desprecio.
Cuatro muros y un camastro,
un agujero y un ojo en el agujero
que crecían en la noche,
dos puntas que hurgueteaban tu cuerpo
y se metían en la sangre,
una palabra extraída de un freezer
y el grito enarbolado de los diablos
te abrían las tinieblas
repartiendo el exilio.
Ellos venían lentamente:
Don Diego de Zama devoraba las sombras
y juntaba los miedos en la punta de la espada,
la voz en los muñones y la sangre.
El Silenciero enumeraba el estallido
y reunía las noches detrás de los barrotes.
Ellos venían lentamente
sobre ese papel que simulabas en la barba
masticando el destino
sin amigos
sin perro ni mujer ni aire caliente
sin una frazada para tu sombra
ni un bébete la fiebre
ni un signo
ni un gato que se arqueara buscando las ausencias.
Ellos venían barriendo las esperas
los espejos que devolvían el deseo.
Soñabas...
y eran sombras, sólo sombras:
Heráclito enterrado bajo el estiércol,
mordido por el odio.
Yeats aplastado entre dos fantasmas
que descifraban el Tetragrámaton.
Soñabas...
y eran sombras, sólo sombras:
Ezra Pound devorado por la usurocracia,
y César Vallejo sorbido en un pantano.
La muerte te esperaba
golpeando las esperas
mordiendo tu silencio
detrás del alba oscura.
Y fue a las tres de una madrugada
a las tres del pensamiento:
tu cuerpo desnudo contra el muro,
el muro de los gallos a las tres de la espera
y el pelotón apuntando tus palabras
gatillando el olvido
cuando la muerte paría sus engendros
sobre una sombra llovida en la memoria.
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