I
He atentado contra todo y no ha servido.
He aceptado todo y tampoco ha servido.
Volar,
y volaba más alto que las nubes.
Morir,
y me hundía las manos en el vientre
y me arrancaba el corazón.
Después alguien murmuraría,
que hubiese sido mejor de otra manera.
La belleza,
en el propio centro de la belleza esperaban
[tranquilamente
los grandes amores y la verdad,
tibias locuras,
pieles maltratadas para que el amor tenga su destino,
caminos cerrados para siempre.
Vueltas de la vida,
atolondradas cadenas golpeándonos el rostro,
pequeños atardeceres donde la justicia siempre nos
[condena
Atardeceres noches enteras donde la fiebre es el
[amor,
y simples pensamientos la locura.
Tiempos donde la vida,
no entraba en la mirada,
tiempos de la famosa soledad. Interminables caminatas por mi cuerpo, como si mi
[cuerpo
fuera el universo.
Celeste y sombrío,
luminosos soles
encandilados por su propia belleza,
y los interminables astros negros,
embrutecidos de dolor.
II
Palabras y palabras.
Pequeños hilos, pequeños nudos, pequeñas sonrisas.
Pequeña gloria de sentirme hombre en las tinieblas.
Soy el que ya no sufre.
No pido pan.
Pido extensión marítima.
Tus bellos ojos extendidos a mis pies,
redondos, abismales,
mirando cómO brillan mis labios en lo alto.
Piel de nueces partidas. Piel de alcántaras.
Beso tu boca encandilada.
Muerdo tu boca abierta por el delirio de tu sangre.
y arranco de la estatua que soy mi pecho enamorado.
No tengo sed.
Sólo pieles y versos,
por el camino de los hombres.
III
Creciendo me fui dando cuenta que vivir no era suficiente.
En un principio comencé por cambiar algunas horas de mi vida por algunas palabras. Esas cuestiones del sexo y del oro, de la pequeña y simpática libertad, de la política sombría.
Las palabras se unían unas a otras como pesadas redes y en esa soledad fue necesario amar, conocer el amor,
[amar el amor,
ser para el amor como si el amor fuera uno mismo.
Matarse por amor,
envolverse en la tristeza de un crimen, por amor.
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Soñar y ser soñado, siempre por la misma persona
y tener la valentía por amor,
de despeñarse por el desfiladero de las sombras,
cada vez que lo amado deje de soñar.
y el amor con tanta locura trae el movimiento de los astros.
Soles quietos enamorados de bailarinas lunas,
lunas ciegas bailando por la obligación del amor.
Después aún entregando otras horas de mi vida,
ingresé en el cosmos.
Los soles quietos giraban a su vez alrededor de otras cadenas.
La luz era sólo el reflejo de su búsqueda.
IV
Yo canto por cantar y también, porque tengo miedo que la injusticia caiga sobre mí. A instantes de corregir viejos errores, el miedo, anuda en mi cuerpo en forma de nerviosidad difusa, las palabras que cambiarían el rumbo de mi vida.
A pleno silencio es cuando escribo los versos más hermosos.
V
Hoy hubiese querido abrazar a mi padre
y no fue posible.
Mis hijos tironeaban de mí,
para que no cayera en el abismo de sus brazos.
Hicimos ejercicios de fuerza y los vencí,
ellos fueron alegres por mi juventud
y por qué no decirlo, antes de los juegos,
el mayor, dudaba de mis fuerzas.
No fue fácil vencerlo
hubo un instante donde lo que reinaba era el equilibrio,
después,
su brazo fue cediendo lentamente y comenzamos a reír,
a festejar con amplias risas cristalinas,
haber comprendido que la conversación que manteníamos,
aún, no había concluido.
Después de los juegos yo también estaba contento
y mientras me bañaba
tuve fantasías de viajar con mis hijos al mar.
Dejaba que el agua cayera sobre mí, hasta confundirme con ella.
Mi cálida espuma tocaba levemente los pies de los pequeños
y grandes oleadas de inmensidad jugaban con los grandes alegremente pero con firmeza el juego de la vida:
Vencer y con la misma pasión, ser vencido.
Ha nacido el padre de mis hijos
y en ese remolino semejante a la propia locura,
donde mañana no habrá nada de hoy, en esa alegría,
mi padre ha muerto.
VI
Aquí estoy sin la límpida mirada de otros tiempos,
cegado por el lento y apacible vivir.
Atenazado por el eterno sonido de la carne.
Vuelvo para decir, he comprendido:
Mi padre ha muerto.
Palabras como resinas pegadas a mis nervios.
Oleos sonoros,
gritos pintados de celeste nilo
pequeñas arrugas en mi rostro,
en mi vientre,
pequeñas y delicadas frases.
Vuelvo de los espacios
donde temía que su cuerpo dañara mi cuerpo.
Albatros muerto.
Albatros despedazado por una emoción inalterable.
Quiero escuchar tu voz.
Quiero arrancar de estas palabras, tu voz.
Tu canto quieto.
VII
El, era mi padre
y caminaba siempre unos pasos,
delante de todas las mujeres.
Yo, era su hijo
y lo reconocía siempre por su soledad.
Después cuando crecí y podía correr para alcanzarlo,
él, tuvo un amigo.
Me miraba largamente a los ojos
y yo nunca podía sostener su mirada.
Aún hubo un después:
El me contaba historias
y mientras me contaba, perdía la mirada.
Era un país lejano el que había en sus ojos
y yo no estaba.
Con el tiempo
con palabras,
me fui acostumbrando a ese vacío.
VIII
Tu cuerpo se me aparecía por las noches
como una montaña.
y yo trepaba por tu cuerpo
como un animal salvaje en su terreno.
Me caía y relinchaba como un potrillo joven
y me esforzaba en llegar a tu risa de aguas claras,
manantial en medio de las rocas,
para bañar mi cuerpo en esa algarabía.
Una vez,
una de tus pesadas manos cayó sobre mí,
para desviar mi mirada del hondo precipicio.
Y yo, seguí creciendo.
Después del golpe,
recuerdo de tu voz:
la muerte cuando ocurre
ocurre a solas.
IX
El pedazo de tierra
en el fondo de la casa de mi barrio
donde él,
trataba de creer que vivía en el mar.
Viejos ciruelos
brotaban de la tierra
cual gigantescas olas de sal,
Una mesa,
recordaba los antiguos templos de piedra.
Su rostro entre los árboles,
frutos maduros
y violentos capullos de porvenir,
desprendían los perfumes propios de la tarde.
Su voz,
mediterránea,
era lenta y pesada,
entre las inseguras estrellas marinas,
negro coral,
universal palabra de la noche.
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