Preparan mi equipaje.
Ellas, las lentas damas moldeadas por crespones en el viento más frío,
las que bordan pacientes como arañas una grieta sin fin en la urdimbre de mis días,Ellas, las lentas damas moldeadas por crespones en el viento más frío,
ellas, las susurrantes, las delegadas de los altos poderes, las mitradas:
mis guardianas nocturnas.
Siento pasar el borde de toda mi asombrosa existencia entre sus dedos;
lo siento como un filo de vidrio contra las entrañas.
Han plegado los pálidos telones de los descubrimientos infantiles
con los mapas del tesoro escondido, el pueblo encandilado y el palomar en ruinas.
Han puesto en una caja los cristales de la inocencia rota
y han hecho un envoltorio en el que se debaten igual que sabandijas mis pecados.
Un puñado de agujas por las escasas contriciones, un alfiler [por la torcaza muerta,
un manojo de astillas por todas las heridas y un puñal por la sangre del perdón.
Ahora doblan las sábanas de los insomnios, las fundas del delirio,
lienzos agujereados que dejaron escabullir hasta mi nombre y emerger los murciélagos,
los emisarios del submundo, el nadie siempre a punto de franquear mi lugar.
Van a llenar los huecos con los acusadores frascos de venenos:
tintas fanáticas para los desaciertos, licores para las mutaciones insensatas,
perfumes alucinógenos extraídos de dichas irrecuperables, lluvias del más allá.
Se consultan, vacilan frente al álbum en el que fosforecen los retratos.
Por favor, todos, todos, desde aquellos que fueron una llaga voraz sobre los muros
hasta los que ahuyentaron el terror y embellecieron los desmantelamientos de mi alma.
Afuera los estuches fervorosos, las felpas hechizadas: destituidos los ídolos, los talismanes, las medallas, los
[desvalidos trofeos de la fe, amontonados al desdeñoso azar, sepultados a tientas en el
[aserrín de las costumbres.
Ningún sitio de honor para las vestiduras de la soledad, ninguna flor encima.
Que las cubran con esos atavíos estampados por noches copiadas del abismo,
esos que todavía flotan como en sueños alrededor del vértigo y de los suspiros
y en los que aún brillan igual que lentejuelas desordenadas las caricias.
También, también va ese fanal que guarda cielos para los regresos y las despedidas.
y no olvidar las cartas estrujadas, ni los bellos disfraces extinguidos,
ni las plumas arrancadas al vuelo a la alegría, ni los fabuladores espejos,
ni siquiera la bolsa de retazos de los días desiertos.
Al alba está dispuesto el equipaje.
Embalados mis bienes, ceñidas las correas, sellados los precintos
Ellas, las altas damas, las papisas enfundadas en lutos solemnes, se retiran. Hay un rótulo allí. No dice «frágil»; no señala un destino. Indica: «Para dejar en cualquier parte. Solamente residuos sin reclamo posible.»
con los mapas del tesoro escondido, el pueblo encandilado y el palomar en ruinas.
Han puesto en una caja los cristales de la inocencia rota
y han hecho un envoltorio en el que se debaten igual que sabandijas mis pecados.
Un puñado de agujas por las escasas contriciones, un alfiler [por la torcaza muerta,
un manojo de astillas por todas las heridas y un puñal por la sangre del perdón.
Ahora doblan las sábanas de los insomnios, las fundas del delirio,
lienzos agujereados que dejaron escabullir hasta mi nombre y emerger los murciélagos,
los emisarios del submundo, el nadie siempre a punto de franquear mi lugar.
Van a llenar los huecos con los acusadores frascos de venenos:
tintas fanáticas para los desaciertos, licores para las mutaciones insensatas,
perfumes alucinógenos extraídos de dichas irrecuperables, lluvias del más allá.
Se consultan, vacilan frente al álbum en el que fosforecen los retratos.
Por favor, todos, todos, desde aquellos que fueron una llaga voraz sobre los muros
hasta los que ahuyentaron el terror y embellecieron los desmantelamientos de mi alma.
Afuera los estuches fervorosos, las felpas hechizadas: destituidos los ídolos, los talismanes, las medallas, los
[desvalidos trofeos de la fe, amontonados al desdeñoso azar, sepultados a tientas en el
[aserrín de las costumbres.
Ningún sitio de honor para las vestiduras de la soledad, ninguna flor encima.
Que las cubran con esos atavíos estampados por noches copiadas del abismo,
esos que todavía flotan como en sueños alrededor del vértigo y de los suspiros
y en los que aún brillan igual que lentejuelas desordenadas las caricias.
También, también va ese fanal que guarda cielos para los regresos y las despedidas.
y no olvidar las cartas estrujadas, ni los bellos disfraces extinguidos,
ni las plumas arrancadas al vuelo a la alegría, ni los fabuladores espejos,
ni siquiera la bolsa de retazos de los días desiertos.
Al alba está dispuesto el equipaje.
Embalados mis bienes, ceñidas las correas, sellados los precintos
Ellas, las altas damas, las papisas enfundadas en lutos solemnes, se retiran. Hay un rótulo allí. No dice «frágil»; no señala un destino. Indica: «Para dejar en cualquier parte. Solamente residuos sin reclamo posible.»
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