CAZADOR FURTIVO, de Juan Jacobo Bajarlía




                                                                                    1

Llevabas el ojo que arrojabas a distancia
un ojo que daba sed a las almas
        y encendía de luz la desnudez,
un ojo que convocaba las ideas y el olvido
y estallaba repentinamente de luz en el asombro.
Alguien dijo que era tu cámara encendida,
          el arma invisible
          con la que disparabas el candid shot
         
para robar las almas en busca de otros cielos
          o acaso de ciénagas ocultas detrás de una sonrisa. Alguien dijo que eras el fotógrafo del Diablo,
         con un ojo movible que llevabas en la mano
         y un áspid que mordía la noche
         cuando el vino empañaba las miradas.
Que te llamabas Ernesto Monteavaro
y que humedecías de ansiedad la calle Corrientes
       como otrora lo hizo tu bohemio antepasado.
Que tu máquina era un pretexto
        para graficar las almas a robar
        y llevarlas a la eternidad del Infierno
        donde los que fueron lloraron su desnudez.

 2

Ladrón de almas,
       coleccionaste la tristeza de unas manos ciegas

y el aire de una sonrisa
                                 que se repartía
entre el gozo y el dolor del nunca más,
la efigie de los habitantes del futuro.
Cazador furtivo,
         coleccionaste la vanidad y el orgullo
                          que se deslizaban
         de duras líneas de rostros empapados,
         la sonrisa y las intenciones
                          de oscuros o luminosos poetas que buscaban su propia imagen,
         el monstruo que vive bajo el olvido
         y el silencio que se hace proyectil en la mirada.

                                 3

Pero detrás de esos disparos,
        en el fondo de ojo de tu cámara,
        corrido por estrías de sangre
        que impregnaban el tiempo,
detrás de esos rígidos candids shots
         que convocaban la vida y la creación,
detrás de esas luces que mordían el silencio,
detrás de ese ojo que hablaba en la ceguera,
el seno de tu máquina también ocultaba
                           el otro lado del abismo,
         la carne lacerada
         y los ojos sin lumbre arrojados al espacio.
Allí, detrás del ojo de tus ojos,
brillaban las lágrimas sin ojos de los desaparecidos,
       las manos que se agitaban sin su cuerpo,
        los cuerpos mutilados que volaban
                                     en busca de sus ojos, las manos que llamaban los ojos ciegos
        que el ojo de tu máquina enumeraba.
Cazador furtivo,
         en el seno de tu cámara
         siguen reverdeciendo la vida y la muerte.

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