-Hijo, quédate
cena con nosotros
y duerme después...
Estas flaco y pálido,
me haces padecer.
Cuando eras pequeño
daba gusto ver
tu cara redonda
tu rosada tez...
Yo a Dios rogaba
una y otra vez
que nunca se enferme,
que viva años cien,
robusto, rosado,
gallardo doncel
le vean mis ojos
allá en la vejez.
Que no tenga ese aire
de los hombres que
se pasan la noche
de café en café...
Dios me ha castigado.
¡Él sabrá por qué!
Madre, no me digas:
-Hijo, quédate...
La calle me llama
y a la calle iré...
Yo tengo una pena
de tan mal jaez,
que ni tú ni nadie
puede comprender,
y en medio a la calle
¡me siento tan bien!
¿Qué cuál es mi pena?
¡No sé yo cuál es!
Pero ella me obliga
a irme, a correr,
hasta de cansancio
rendido caer...
La calle me llama
y obedeceré...
Cuando pongo en ella
los ligeros pies,
me lleno de rimas
sin saber por qué...
La calle, la calle
¡loco cascabel!
La noche, la noche,
¡qué dulce embriaguez!
El poeta, la calle, la noche,
se quieren los tres...
La calle me llama,
la noche también...
Hasta luego, madre,
¡voy a florecer!
Comentarios
Publicar un comentario