UNA MANERA DE VIVIR, de Aldo Pellegrini


 

Mendigas felices, huérfanas de suave

fascinación

derrotadas por el secreto de la sed y las hormigas

a solas con el sol

la ternura de los galopes a flor de tierra tan lejos de

la atadura del polvo celeste

extranjera derrotada por el fulgor de los relámpagos

Entonces nadie acallaba la melodía de tus labios

que deslizaban su fiebre giratoria de plumaje de

espumas

cerca o lejos el espacio siempre oculta su escama

de frío

su desolada comarca donde los labradores hacen

germinar la nieve de la tierra

Dura comarca en que las mujeres esperan como

leyendas en los umbrales

condenadas a cumplir el rito del fuego o de la

extorsión

inmóviles con sus ornamentos funerarios donde se

abre la puerta del amor

en una ciudad anclada en la tristeza

Faisán de la alabanza, tu corazón extraviado me guía

en tus ojos asoma el prodigio de los relámpagos

la cólera que cierra las puertas y rompe los hechizos

en un camino de fábulas interminables, con la

negra cabellera presidiendo el incendio de los

gestos, el calculado delirio de las estaciones

tan distante de los bosques enardecidos por el

verano y su follaje moviéndose con lentitud

de verdugo

en la pesada atmósfera de los sacrilegios

Unidas en el asombro

las hijas del verdugo exhiben sus pies de plata y

los espectadores aplauden

los perros husmean las mejillas en busca de los

caminos mentales

la naturaleza imita a la pesadumbre

naturaleza oscura

iluminada a ratos por los relámpagos de tu orgullo

arrastrando briznas de escalofrío

con tu violento eco en el aire, extranjera.


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