No hacen falta cuerdas ni instrumentos de
viento,
cuando las aguas de la montaña
nos regalan sus prístinas notas.
¿Por qué molestarme en cantar o andar silbando,
cuando los frondosos árboles murmuran su canción al viento?
Los crisantemos son comida suficiente para mí,
las orquídeas suficiente adorno,
mis pies están cansados de tanto vagar
y quisiera deshacerme de mi sombrero de Oficial para siempre.
Ya no creo en nada.
¿Fue Ta Chie o Han San los que dijeron:
“Tantos que se llenan la boca alabando
la vida en las montañas…
pero qué pocos veo que lo dejen todo
y se instalen a vivir por aquí”…?
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