Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará - que no
escribirá mi mano en ningún trozo de papel.
Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar
solamente yo.
Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado
órgano - hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.
Hay un canto en mí que estará siempre en mí.
Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.
Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.
Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el
inicio de una feliz agonía.
Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras
necesarias.
Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.
Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.
Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree
de otro sol.
Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces,
rayo de acordes.
Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro
instrumento conocido.
En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta
quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto
querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos
de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él
también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo
encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.
Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón
como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran
remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se
acercan los débiles.
Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo
que toca.
El amor que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo
besa y destruye.
Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra
iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más
ardiente.
Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga
compasión de mi tormento.
Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que
espanta mi debilidad.
No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la
desgarrante, la dolorosa dulzura.
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