La vieja
viga maestra que se vino abajo de pronto estaba
apoyada en una canción,
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sustentaba la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
se hundió
todo el Reino.apoyada en una canción,
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sustentaba la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
Cuando pierde el poeta la gracia y ensucia la canción,
el mercader cambia las medidas
y achica la libra y el almud.
Oíd:
Los salmistas caminan delante del juez,
Y si el salmo se quiebra
se quiebra la ley.
Cuando todo se hundió en España, hace ya tiempo,
antes de la sangre,
los poetas se arrodillaron ante el polvo.
Muchos dejaron la voz
en la mesa de las tabernas,
en las subastas,
en los mercados,
y en las discusiones de las escuelas.
Algunos, para recobrarla, descendieron hasta el betún
profundo de los subterráneos
y otros volaron por encima de las cornisas.
Todos olvidaron que el poeta habla siempre desde el nivel
exacto del hombre.
Y el nivel exacto del hombre es la sombra.
Alguien gritó después sobre las ruinas:
¡Hosanna! ¡Hosanna! Aquí vienen los puros.
Eran los fariseos,
¡eran los fariseos revolucionarios!
Oíd lo que decían:
La Poesía es el verbo en oración.
Pero aquel que no cuente sus plegarias con nuestro rosario
y no escanda sus versos con nuestro compás,
es un publicano que no sabe rezar.
Los que se levantaron entonces en motín y soberbia a
defender la Poesía
fueron tan disolventes como los que después se levantaron a
defender la Libertad.
Luego hablaron los carceleros.
Y uno dijo: la Poesía está secuestrada en una torre;
y otro: la Poesía está en la caña de pescar,
en las mallas de la red
y en el reclamo.
Otro: está en la pirueta
y en el trapecio;
-está en la greguería
en el hai-kai,
en el refrán,
en las migajas sueltas de la hogaza
y en los cristales rotos del gran espejo que se estrelló en el
patio;
-está en la trampa mágica del cubilete;
-está en la rueda de la fortuna;
-está en la rueda de la propaganda;
-está en el musgo rancio de las ruinas eclesiásticas;
-está en los arcones de Don Lope;
-está en el tirso hueco de los pastores áulicos;
-está en el estrabismo y en la joroba de los sodomitas;
-está en los cascabeles cínicos del bufón;
-está en las cordilleras solitarias de la luna;
-está en la voz ronca del gangster,
-del ventrílocuo
y del lobo de la conseja;
-está en el fondo del pozo, entre el légamo de las sabandijas;
-está recluida en la redoma;
-está en el termómetro del invernadero;
-está en la panza polícroma del camaleón,
y en la montera proteica del transformista;
-está en la llama sin leyenda de la imagen inédita;
-está en el beso ígneo, mítico y entrañable del pedernal y
el eslabón;
-está en la gruta helada de las estalactitas
y de los poliedros de cristal;
-está en el laberinto;
-está en el jeroglífico;
-está en el surtidor;
-está en la miniatura y en el guardapelo;
-está en las avellanas horadadas de los rosarios;
-está en la sala misteriosa de los ecos;
-está en la alberca alucinante de Narciso;
-está en las cuencas tétricas de las estatuas;
-está en el cuerno rizado del sátiro barroco;
-está en el misticismo mecánico del aluminio;
-está en el gesto inalterable y deshumanizado del filósofo...
Y el gran hierofante: ¡Silencio todos!
A la Poesía la tengo yo escondida en mi casa, por su gusto
y el mío.
Es mi amante. Y duerme conmigo solamente.
Todos se callaron ante la voz del tirano.
Pero, ¿quién habló así?
¿Era el poeta?
¿Era el ungido el que habló de este modo?
¡Otra vez la soberbia, hija de la hiel y el azufre!
¡Y otra vez el ángel en la charca!
Mirad:
¿La gracia se hizo baba...!
No preguntéis,
no preguntéis ahora,
no preguntéis ya más,
no consultéis a los horóscopos.
Escuchad otra vez esta sentencia:
Cuando el poeta pierde la gracia y ensucia la canción,
Hablan el trueno y la sangre.
El poeta es el gran responsable.
La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sustentaba la cúpula...
y también la espada y el rencor.
Y al desplomarse el salmo...
¡vino la guerra!
II
Yo no soy más que un hombre sin oficio y sin gremio.
No soy un constructor de cepos.
¿Soy yo un constructor de cepos?
¿He dicho alguna vez:
Clavad esas ventanas,
poned vidrios y pinchos en las cercas?
Yo he dicho solamente:
No tengo podadera
ni tampoco un reloj de precisión que marque exactamente
los rítmicos latidos del poema.
Pero sé la hora que es.
No es la hora de la flauta.
¿Piensa alguno
que porque la trilita dispersó los orfeones
tendremos que llamar de nuevo a los flautistas?
No.
No es ésta ya la hora de la flauta.
Es la hora de andar,
de salir de la cueva y de andar,
de andar.. de andar.. de andar..
Yo soy un vagabundo.
No soy un tocador de flauta.
Yo no soy más que un vagabundo
sin ciudad y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo.
No viene de ayer como el tuyo.
En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos
y el sudor de muchas agonías.
Hay saín en la cinta de mi sombrero,
mi bastón se ha doblado
y en la suela de mis zapatos llevo sangre,
llanto
y tierra de muchos cementerios.
Lo que sé, me lo han enseñado
el viento,
los gritos
y la sombra... ¡la sombra!...
Y digo que la Poesía está en la sombra,
en la sombra del mundo donde el hombre, ciego, se revuelve
y grita;
que es un grito en la sombra,
que es un coro de gritos que quieren burlar la sombra,
escapar de la sombra,
asesinar la sombra...
La Poesía está escondida en la sombra.
¿Quién la quiere esconder más todavía?
¿No hay bastantes cerrojos?
Oíd:
No son cerrojos
ni puertas clavadas
ni alcobas silenciosas
ni paredes de musgo
ni ventanas herméticas
lo que necesita la palabra del hombre, sino escalas,
escalas y hogueras
y piquetas y gritos... ¡gritos!
El poema es un grito en la sombra, como el salmo.
Hoy no es más que un salmo en la sombra.
Es también una luz encendida en la niebla,
y la Poesía, un sistema de señales,
un sistema luminoso de señales,
hogueras que encendemos aquí abajo,
entre tinieblas encontradas.
Todos... ¡todos!
(Cualquiera puede encender su corazón en las tinieblas)
para que alguien nos vea,
para que no nos olviden...
¡Aquí estamos, Señor!
La sombra es tuya y mía,
y hoy más negra que nunca.
La sombra es de todos...
y el grito y el salmo también.
¿Es que yo no puedo llorar?
¿Sólo tú puedes quejarte?
¿Job ya no puede lamentarse con la angustia de su espíritu?
¿Ni plañir con la amargura de su alma?
¿Tiene que refrenar la boca?
¿Ya no puede decir:
Aunque hoy es amarga mi queja
mi herida es más grave que mi gemido. Ya no puede gritar:
¿Por qué no me morí yo antes de la matriz?
¿Por qué se me pusieron delante los pechos para que
mamase?
¿Sólo tú,
sólo tú puedes arremeter contra el muro macizo del misterio?
¿No hay más que una piqueta?,
La Poesía... ¿es tuya solamente?
Mientras haya una sombra en el mundo,
la Poesía es mía
y de Job
y de todos los hombres de la sombra.
Mañana será de la luz,
pero hoy la Poesía es de la sombra.
¿Quién es capaz de recluirla?
Hoy.. ahora... ¿quién se atreve a quitármela?
¿Quién,
quién quiere apagar mi canto,
mi canto de música y de piedra-alarido y guijarro?
¿No puedo golpear yo ahora con él,
ahora,
ahora mismo
en la puerta de la injusticia y del tirano,
en el pórtico del silencio y de la sombra?
¿No puedo golpear ahora con él
en el claustro callado del cielo,
en el pecho mismo de Dios,
para pedir una rebanada de luz?...
Porque somos mendigos.
¡No somos mas que mendigos en la sombras
¿No puedo yo gritar en la sombra?
¿No puedo yo cantar en la sombra?
Para que grite conmigo busco yo al hombre y le digo:
la Poesía es un grito en la sombra, grita conmigo;
la Poesía es un canto en la sombra, canta conmigo;
canta, canta y grita... ¡grita!
porque Dios está sordo
y todos se han dormido allá arriba.
La Poesía es el derecho del hombre
a empujar una puerta,
a encender una antorcha,
a derribar un muro,
a despertar al capataz
con un treno
o con una blasfemia.
Porque Job se quejó
y cantó
y lloró
y blasfemó
y pateó furioso en la boca cerrada de Dios,
habló Jehová desde el torbellino.
¡Que hable otra vez!
Todas las lenguas en un salmo único,
todas las bocas en un grito único,
y todas las manos en un ariete solo
para derribar la noche,
para rasgar el silencio,
para echar de nosotros la sombra...
¡para que hable de nuevo Jehová!
¡Habla... habla!
¿No hablaste ya un día
para responder a los aullidos de un solo leproso?
Pues habla ahora con más razón.
Ahora,
ahora, que la humanidad,
ahora que toda la humanidad
no es más que una úlcera gafosa, delirante y pestilente.
Habla otra vez desde el torbellino,
que el hombre te contestará
desde su inmenso muladar
-¡tan grande como tu gloria!-
y sentado sobre un Himalaya de ceniza.
Habla.
-Ciñete pues los lomos como hombre valeroso.
Yo te preguntaré y Tú me harás saber.
-Pregunta.
-¿Has pisado tú por las honduras recónditas del abismo?
-No. Pero he entrado en el imperio corrosivo y sin limites
de la injusticia.
-¿Sabes tú cuándo paren las cabras montesas?
-No. Pero sé cuándo el arzobispo bendice el puñal y la
pólvora.
-Y en cuanto a las tinieblas... ¿dónde está el lugar de las
tinieblas?
-En la mirada y en el pensamiento de los hombres. Tuya
es la luz.
-¿Y has penetrado tú hasta los manantiales del mar?
-No, pero he llegado hasta el venero profundo de las
lágrimas: Mío es el llanto.
Y ahora pregunta el hombre,
ahora pregunto yo... ¡y Tú me harás saber!
¿Para qué sirve el llanto?
Si no es para comprarte la luz ¿para qué sirve el llanto?
¿Por qué hemos aprendido a llorar?
¿El llanto no es más que la baba de un gusano?
¿Lloramos sólo porque Tú has apostado con Satán?
Nuestra lepra,
esta lepra de ahora
¿ha salido también del gran cubilete de tus dados?
¿No somos más que una jugada tirada sobre la mesa verde
de Tu gloria?
¿Apuestas ahí arriba con el Diablo, a la luz y a la sombra
como al negro y al rojo en un garito?
Y ahora... ¿ha ganado el negro...
ha triunfado la sombra?...
¡te ha vencido Satán!
¿Y yo no soy más que una ficha,
una moneda,
una res,
un esclavo...
el objeto que se apuesta...
lo que va de un paño a otro paño
de una bolsa a otra bolsa?
¿Y no puedo gritar?
¿Yo no puedo llorar?
¿No puedo ofrecerte mi llanto,
todo mi llanto por la luz...
por una gota de luz?
Si puedo.
Puedo llorar
y gritar
y patear
y denunciar la trampa.
Y aunque sueltes sobre mi boca todos los ladridos del
trueno, me oirás.
Y aunque arrojes sobre las cuencas de mis ojos las lluvias
y los mares,
la amargura de mis lágrimas te llegará hasta la lengua,
Tuya es la luz...
¡pero el llanto es mío!
III
Escucha, poeta cervatillo,
que buscas tu canción, asustado,
en el cauce del no que se va
y en el viento que te empuja por la espalda...
Escucha:
Todo lo que hay en el mundo es nuestro,
tuyo y mío
y valedero para entrar en un poema,
para alimentar una fogata...
Todo cuanto mi fuego pueda devorar es mío:
todas las palomas de mi alero,
las que ya volaron ayer con otro designio
y los pichones que acaban de nacer..
y también las torcaces que me trajo mi amigo de su
palomar.
Todo buen combustible para sostener encendido mi grito,
todo buen combustible para el horno de mis entrañas
avarientas
es material poético excelente.
Nada es despreciable.
Todo puede entrar en el salmo:
lo ilustre y lo viscoso,
el mar y el albañal,
el halcón y la rata,
el héroe y Chamberlain.
Porque la Poesía es esta fuerza,
esta fuerza de mi sangre,
este fuego de mi corazón,
este llanto rojo de lava
que lo enciende,
que lo funde,
que lo organiza todo en una arquitectura luminosa,
en un alarido,
en un guiño flamígero
bajo las estrellas impasibles.
Os cuento estas cosas a vosotros,
los poetas adolescentes que váis a venir
y los que acabáis de llegar,
nacidos del llanto y del escombro...
que andáis perdidos en la niebla del mundo,
por ciudades extrañas
sin término y sin silla,
buscando consuelo en los poetas que os arrullaron al nacer.
Esos poetas no tienen ya nada que ofrecemos.
Su legado fue un puñado de preceptos enemigos,
un romance de harcas,
una copla tribal,
una flauta
y un ademán oscuro
de sonámbulos,
de borrachos
y de genios rencorosos.
Buscad solos vuestra canción.
En vuestro llanto,
en la sombra cerrada
y en el grito de vuestro exilio
están el verso y la esperanza de mañana.
Que las piedras rotas de los escombros del mundo os sirvan
para apedrear a los que nieguen la luz de vuestras
lágrimas.
No oigáis a los que dicen:
el grito ha perdido la batalla.
Porque el salmo está aún de pie.
Se fue de los templos, como vosotros de la tribu
cuando se hundieron el tejado y la cúpula.
Pero aún está de pie,
de pie y en marcha,
sin ritmo levítico y mecánico
sin rencor ni orgullo de elegido,
sin nación y sin casta
y sin vestiduras eclesiásticas.
¡Oídle... miradle ...!
Viene aullando en la ráfaga negra de todos los vientos,
por todos los caminos de la Tierra.
Es esa voz
loca,
ciega,
acorralada en la noche del mundo,
angustiada y suplicante,
sin lámpara y sin luna, que pregunta
agarrada, en agonía,
a la pez de pellejo que embadurna
estrellas y senderos,
umbrales y ventanas:
Señor, Señor.. ¿por dónde se sale?
¿Sabes tú por dónde se sale?
¿Lo sabe el hombre de la fuerza?
¿Lo sabe el hombre de la ley?
¿Lo sabe el hombre de la mitra?
¿Lo sabe el filósofo inalterable y deshumanizado?
¿Lo sabe el tocador de flauta?
Pues entonces... ¡dejadme gritar!
Maciza y ubicua es la sombra.
Polvo es el aire,
polvo de carbón apagado...
Y si nadie me dice por dónde se sale
¿por qué no he de llorar?
El llanto es la piqueta que se clava en la sombra,
la piqueta que horada el murallón de asfalto
donde se estrellan la razón y la soberbia.
El ritmo,
el número
y el coro
los ha engendrado el llanto.
Y ahora, aquí, el módulo es la lágrima...
Y se sale
por el taladro del gemido.
Y a ver si me entendéis.
No lloro ni grito por mis muertos
ni porque se me haya perdido una vaca
ni porque me aprieten los zapatos...
Lloro y grito porque me han enterrado vivo,
con los ojos abiertos y la lengua caliente.
Lloro porque es la hora del llanto.
(¿O es la hora del retórico y del confitero?)
Y grito porque es la hora del grito,
del grito a tensión que reviente los manómetros
y haga estallar la bóveda de las tumbas.
Yo no soy más que un grito ¡ya lo sé!
un grito como el niño.
Y ahora cuando todos,
el político,
el filósofo
y el arzobispo
han ahuyentado a Dios
yo le llamo con lo que tengo,
con lo que soy.
Y no soy más que un niño,
un niño que grita
que llora y que patea...
Eso soy... y ¿qué?
¿Tienes tú otra cosa que suene mejor?
Ahora aquí
en el mundo de las sombras
el grito vale más que la ley,
más que la razón,
más que la dialéctica...
El ritmo del llanto es dialéctico
hay lágrimas de tesis y antítesis
y lágrimas sintéticas.
El hombre llora en la mañana y en la noche
y entre dos luces cuando canta el gallo.
Mi llanto vale más que la espada
más que la sabiduría
y más que la Revelación.
Mi llanto es la llamada en la puerta de otra Revelación.
Poetas cervatillos:
gritad, llorad todos,
haced de vuestras flautas un lamento
y de vuestras arpas un gemido.
El salmo en masa,
el grito,
el llanto en coro es el que manda.
¡El gemido, el aullido es el amo, el maestro!
Matad a vuestros ídolos antiguos:
al que hace de la flema una virtud,
al que partió el poema
y al que guarda en un cofre la canción.
Porque ¿quién va a decir ahora entre nosotros?
¿quién va a gritar ahora entre las tumbas:
Yo seré el que conduzca,
yo seré el profesor de los que vengan?
¿El poeta?
El poeta es el gran responsable.
Hoy, el gran responsable
de la sangre,
del odio
y del polvo del mundo.
Y no puede iluminar a nadie
ni caminar delante
ni dirigir el coro...
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