Tu
nombre me es casi indiferente
Y
ni tu rostro ya me inquieta.
El arte de amar es exactamente
el
de ser poeta.
Para
pensar en ti, me basta
el
propio amor que por ti siento:
Eres
la idea, serena y casta,
nutrida
del enigma del reflejo.
El
lugar de tu presencia
es
un desierto, entre diversidades:
pero
en ese desierto es en el que piensa
la
mirada de todas las saudades.
Mis
sueños viajan rumbos tristes
Y,
en su profundo universo,
Tú,
sin forma y sin nombre, existes,
Silencioso,
oscuro, disperso.
Todas
las máscaras de la vida
Se
inclinan hacia mi rostro,
en
la alta noche desprotegida
en
que experimento mi gozo.
Todas
las manos venidas al mundo
desfallecen
sobre mi pecho,
y
escucho el sonido profundo
de
un horizonte insatisfecho
¡Oh!
¡que se borre la boca, la risa,
el
mirar de esos rostros precarios,
por
el improbable paraíso
de
los encuentros imaginarios!
¡Que
nadie y que nada exista,
De
cuando la sombra en mí descansa:
-yo
busco lo que no se avista,
de
entre los fantasmas de la esperanza!
Tu
cuerpo, y tu rostro, y tu nombre,
tu
corazón, tu existencia,
todo-
el espacio evita y carcome:
y
yo sólo conozco tu ausencia.
Yo
sólo conozco lo que no veo.
Y,
en ese abismo de mi sueño,
ajena
a todo otro deseo,
me
descompongo y arreglo.
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