NIEVE SOBRE PARÍS, de Leopold Sedar Senghor

 


Señor, visitaste París el día de tu nacimiento

Porque se había hecho mezquino y malvado

Lo purificaste con el frío incorruptible

De la muerte blanca.

Esta mañana, hasta las chimeneas de las fábricas que cantan al unísono

Enarbolan sábanas blancas

—“¡Paz a los Hombres de buena voluntad!”

Señor, ofreciste la nieve de tu Paz

al mundo divido, a la Europa divida

A la España desgarrada

Y el rebelde judío y católico disparó sus mil cuatro cientos cañones contra las montañas de tu Paz.

Señor, acepté tu albo frío que quema más que la sal.

Heme con el corazón fundido como nieve bajo el sol.

Olvido

Las manos blancas que disparan los fusiles,

que derrumban los imperios

Las manos que flagelaron a los esclavos, que te flagelaron

Las manos blancas empolvadas que te abofetearon,

las manos pintadas y manchadas de pólvora que me han abofeteado

Las manos seguras que me han condenado a la soledad,

al odio

Las manos blancas que derriban el bosque de palmeras que poblaban el África, el centro del África

Erectos y recios, los Saras bellos como los primeros hombres que salieron de tus manos morenas.

Ellas derribaron la selva negra para hacer los durmientes de los ferrocarriles

Ellas derribaron los bosques del África para salvar la civilización porque hacía falta materia prima humana.

Señor, yo no dominaré mi odio, lo sé,

a causa de los diplomáticos que enseñan sus largos caninos

Y que mañana comerciarán con carne negra.

Mi corazón, señor, se funde como la nieve sobre los techos de París

Al sol de tu dulzura.

Que es suave para mis enemigos, y mis hermanos de manos blancas sin nieve

Pues sus manos son de rocío, en la noche, sobre mis mejillas ardientes.

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