Esa carne que ya no se tocará en la vida,
esa lengua que ya no logrará abandonar su
corteza,
esa voz que ya no pasará por las rutas del
sonido,
esa mano que ha olvidado hasta el ademán de
tomar, que ya no logra determinar el espacio
en el que ha de realizar su aprehensión,
ese cerebro en fin cuya capacidad de concebir ya
no se determina por sus surcos,
todo eso que constituye mi momia de carne fresca
da a dios una idea del vacío en que la compulsión
de haber nacido me ha colocado.
Ni mi vida es completa ni mi muerte ha fracasad0
completamente.
Físicamente no existo, por mi carne destrozada,
incompleta, que ya no alcanza a nutrir mi pensamiento.
Espiritualmente me destruyo a mí mismo, ya no me
acepto como vivo. Mi sensibilidad está a ras del suelo, y poco falta para que
salgan gusanos, la gusanera de las construcciones abandonadas.
Pero esa muerte es mucho más refinada, esa muerte multiplicada de mí mismo
reside en una especie de rarefacción de mi carne.
La inteligencia ya no tiene sangre. El calamar de las pesadillas da toda su
tinta, la que obstruye las salidas del espíritu; es una sangre que ha perdido
hasta sus venas, una carne que ignora el filo del cuchillo.
Pero de arriba a abajo de esta carne agrietada, de esta carne no compacta,
circula siempre el fuego virtual. Una lucidez enciende de hora en hora sus
ascuas que retornan a la vida y sus flores.
Todo lo que tiene un nombre bajo la bóveda compacta del cielo, todo lo que
tiene un frente, lo que es el nudo de un soplo y la cuerda de un
estremecimiento, todo eso pasa en las rotaciones de ese fuego en el que se
asemejan las olas de la carne misma, de esa carne dura y blanda que un día
crece como un diluvio de sangre.
La habéis visto a la momia fijada en la intersección de los fenómenos, esa
ignorante, esa momia viviente que lo ignora todo de las fronteras de su vacío,
que se espanta de las pulsaciones de su muerte.
La momia voluntaria se halla levantada, y a su alrededor se agita toda realidad.
La conciencia como una tea de discordia, recorre el campo entero de su
virtualidad obligada.
Hay en esa momia una pérdida de carne, hay en el sombrío lenguaje de su carne
intelectual toda una impotencia para conjurar esa carne. Ese sentido que recorre
las venas de esa carne mística, en la que cada sobresalto es un modo de mundo y
otra especie de engendrar, se pierde y se devora a sí misma en la quemadura de
una nada errónea.
¡Ah! ser el padre nutricio de esa sospecha, el multiplicador de ese engendrar y
de ese mundo en su devenir, en sus consecuencias de flor.
Pero toda esa carne es sólo comienzos y ausencias y ausencias y ausencia...
Ausencias.
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