Al día siguiente, debiendo iniciarse las deportaciones,
por la noche vino Rafael, vestido con una amplia desesperación de seda negra,
con capucha, sus miradas fogosas se cruzaron con mi frente, ríos de vino
empezaron a caer en mi mejilla, se derramaron en el suelo, los hombres los
sorbieron en el sueño. Ven, me dijo Rafael, cubriendo mis hombros demasiado
brillantes con una desesperación parecida a la que él llevaba. Me incliné hacia
mi madre, la besé, incestuosamente, y salí de casa. Un inmenso enjambre de
grandes mariposas negras, llegadas desde los trópicos, me impedía avanzar. Rafael
me arrastró tras él y bajamos hacia el ferrocarril. Sentí las vías bajo mis
pies, oí el silbato de una locomotora, muy cerca, el corazón se me encogió. El
tren pasó por encima de nuestras cabezas.
Abrí los ojos. Delante de mí, en una inmensa superficie, había un candelabro
gigante con mil brazos. ¿Es oro?, le susurré a Rafael. Oro. Subirás a uno de
los brazos, para que, cuando lo haya levantado, puedas suspenderlo del cielo.
Antes del amanecer, los hombres podrán salvarse, volando hacia allí. Yo les mostraré
el camino y tú los acogerás.
Subí a uno de los brazos, Rafael pasó de un brazo a otro, los tocó uno por uno,
el candelabro empezó a ascender. Una hoja se me puso en la frente, justo en el
sitio donde me había rozado la mirada del amigo, una hoja de arce. Miro a mi
alrededor: no podía ser éste el cielo. Pasan las horas y no he encontrado nada.
Lo sé: abajo se han juntado los hombres, Rafael los ha tocado con sus finos
dedos, han emprendido la ascensión ellos también, y yo sigo y sigo.
¿Dónde está el cielo? ¿Dónde?.
Precioso relato gracias!! Lo leí con una música suave en un entorno idílico como si estuviera describiéndolo!
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