¡Cuán
cerca todavía
de
las manos de Dios! ¿Sentís su aliento
rugir
entre los cedros del Levante?
¿Hay
en vuestras pupilar rabos de oro,
vedijitas,
aún, incandescentes,
de
la gran lumbrarada creadora?
¿O
fraguasteis, tal vez, en su sonrisa
-sonrisillas
de Dios, niños dormidos-
y juerga en vu
estras salas,
niño
eternal, gran inventor de juegos?
Oh,
vosotros le veis, seres profundos,
y
saltáis en el vientre de la madre.
¿Qué
peces de colores
os
surcan aguas del dorado sueño?
¿Qué
divinos esquifes
-juguetes
sin engaño-
cruzan
el día albar de vuestro cauce?
¿De
qué extraña ladera
son
esas pedrezuelas diminutas
que
bullen al manar de vuestras aguas?
Oh
fuentes silenciosas.
Oh
soterradas fuentes
de
los enormes ríos de la vida.
Seréis
torrente en furia
que
va a rodar al páramo. Seréis
indagación
y grito sin respuesta.
Ay,
guardad esta luz estremecida.
Ay,
refrenad el agua,
volved
al centro exacto.
Ay
de vosotros
…Ay
de estos cieguecitos
de
leche no cuajada,
de
tierna pulpa vegetal, dormida.
Ay,
copos de manteca,
que
hacia el mercado vais –de sus ordeños
modelados
por Dios, aún en su música,
con
las gotas aún de su rocío-
entre
las verdes hojas de los úteros.
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