EL FIN, de Juan Jacobo Bajarlía

 


Los nombres de Cibernius habían traído oscuridad
y los signos no crecían en las palancas.
Los signos se inflamaban en el caos y se alejaban.
Sólo estaba el Hombre que se acoplaba con la Máquina,
y Cibernius que recontaba sus tableros para volver al
signo de los signos.
Y la voz del Hombre era un muro en el que caía la
gangrena,
y un muro en el que estallaban los pechos de la Máquina,
y un muro en el que la vulva de hierro paría sus
fantasmas.
Y Cibernius estaba triste y robó la Máquina del Hombre, y
le puso un número a la vulva.
Y vinieron los robots y llenaron los días de Cibernius.
Y éste convocó a las cuatro raíces para sostener las
esferas.
Pero dijo a los robots: “Todo vino del número y todo caerá
en el número. La palabra vino del número y cayó en la
escritura. Luego, recordad, sois números como el
Hombre, pero números duros que se funden en su caída,
y no caen por falta de voz como el Hombre”.
Los robots aprendieron la lección que Cibernius
aprendió del Hombre.
Y engendraron otras máquinas y otros signos y otras
esferas.
Pero esos signos y esas esferas eran macho y hembra
y se multiplicaban y se rehacían de sí mismos.
Y volvió la tristeza de Cibernius. “Esta raza es maldita”,
dijo.
Y buscó al Hombre.
Y el Hombre estaba acoplado con la sombra.

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