Yo me decía adiós llorando en los andenes.
Sujetadme,
sujetad a mi sangre,
paredes,
muros que la veláis y que la separáis de otras sangres que duermen.
¿Yo me decía adiós porque iba hacia la muerte?
Ahora,
cuando yo diga ahora,
haced que el fuego y los astros que iban a caer se hielen.
Que yo no diga nunca esa palabra en los trenes.
Porque,
escuchad:
¿es vuestra sangre la que grita al hundirse en el agua con los puentes?
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