I
Adiós. Si te digo adiós,
no nos separaremos tan pronto.
Ya no había nada que decirse.
Y de repente alguien,
tú o yo,
echó la salvación,
esa palabra, adiós, entre nosotros.
Y ahora ya no podemos
irnos así.
Hay que quedarse.
Tenemos que decirnos adiós.
Desenredar esa madeja
del adiós redondo.
Explicar , explicarnos, las entrañas
vivas o muertas del adiós.
Decir adiós, adiós,
de día, de noche;
adioses negros, blancos;
adiós riendo, adiós llorando.
Juntos ya siempre por la despedida.
Inseparables
al borde mismo – adiós – del separarse .
II
Poner telegramas:
“Imposible viaje. Surgió adiós imprevisto.”
Escribir cartas, diciendo:
“Ya no puedo
operarme.
Tengo una despedida”.
Colgar en la puerta de casa
un papel blanco, donde no esté escrito:
“Cerrado, por adiós.”
III
Apoyados
estamos en la baranda
sobre el agua del adiós.
No está turbia, ni vacía.
Tiene nubes, hojas, vuelos,
dentro,
que van y vienen, que pasan
sin hacer ruido.
Le flotan números, letras,
por encima, sueltas:
no cuentan nada, no dicen
nada.
Cifras elíseas, letras
vestidas de paraíso,
asunción y vacación,
disponibles a otra vida.
Se te ve en el agua – adiós -
mucho mejor que en tu cara.
Se te ven en el agua – adiós-
mucho mejor que en mi alma.
No saldrás nunca de aquí
ya.
Vivirás así, escapada
de tu cara, de mi alma,
tercera de ti, y de mí,
nueva,
hija fresca del adiós.
Vivir:
mirarnos en el adiós.
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