Traza la niña toscos garrapatos,
de escritura remedo,
me los presenta y dice
con un mohín de inteligente gesto:
“¿Qué dice aquí, papá?
Miro unas líneas que parecen versos.
“¿Aquí?” “Sí, aquí; lo he escrito yo; ¿qué dice?
Porque yo no sé leerlo…”
“¡Aquí no dice nada!”, le contesté al momento.
“¿Nada?”, y se queda un rato pensativa
-o así me lo parece, por lo menos,
pues ¿está en los demás o está en nosotros
eso a que damos en llamar talento?-.
Luego, reflexionando, me decía:
¿Hice bien revelándole el secreto?
-no el suyo ni el de aquellas toscas líneas,
el mío, por supuesto-.
¿Sé yo si alguna musa misteriosa,
un subterráneo genio,
un espíritu errante que a la espera
para encarnar está de humano cuerpo,
no le dictó esas líneas
de enigmáticos versos?
¿Sé yo si son la gráfica envoltura
de un idioma de siglos venideros?
¿Sé yo si dicen algo?
¿He vivido yo acaso de ellas dentro?
No dicen mas los árboles, las nubes,
los pájaros, los ríos, los luceros…
¡No dicen más y nos lo dicen todo!
¿Quién sabe de secretos?
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