Si estaba sola, diáfana y tranquila,
¿por qué nosotros ir hasta su suelo,
desgarrar la hermosura de su velo
y enturbiar esa mágica pupila?
¡Pero tuvo que ser! El hombre enfila
su compulsión hacia distinto cielo,
y rompe las barreras de su anhelo
dejando atrás lo que a sus pies vacila.
Hombre divino, sí, pero inhumano,
con esferas de hidrógeno en la mano
y más grandioso cuanto más se agita,
prosigue su galope hacia la nada,
sin ver que de la luna bombardeada
se desprende una lágrima infinita.
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