VISIÓN DE LOS ÁNGELES, de Carmen Conde


Estándonos tan solos como estamos

y siendo ya la tierra inacabable,

a peregrinar bajan celestes mensajeros,

alados habitantes del Jardín remoto.

Vuelan sobre el campo que roturas,

ondean, y sus túnicas esparcen

viejos olores que llorando bebo.

O se sientan, gigantes, en colinas,

para mirarnos con tristeza lenta...

O se tienden en los bosques resguardándonos

del sol adusto cuando Dios recuerda.

Hermosos caminantes son los ángeles

que vienen y acompañan nuestro exilio.

Aquellos de la espada son hostiles,

severos e implacables; y no duermen.

Mas éstos, no; son instrumentos

de elocuencia en el brío de sus alas.

Las brisas que nos mueven, ¡oh cuán dulces;

qué presencia la suya entre la noche!

Miro lo infinito sin arar, con ansia

de verlo todo en flor, y apenas

el pecho se acongoja del esfuerzo,

los ángeles prorrumpen en canciones.

Hombre, míralos; no estamos solos:

ruedas de arcángeles girando

contemplan nuestros días de nostalgia.

¿Qué le cuentan a Dios de lo que hacemos:

el duro trajinar, la oscura lucha

contra la tierra que amanece agria?

¿O que brotan al fin nuestros sembrados;

que los predios son salmos de fragancia?

¿Qué le decís vosotros, qué lleváis

de nuestra vida a Dios...?

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