a Jorge Luis Borges
La onda extendía su designio entre el deseo y la piedra
y golpeaba el tiempo en que se deslizaba la profecía:
los recuerdos inscribían tu retrato que caía de los años
y Guillermo Tell horadaba las palabras que iluminaban tu cabeza.
La noche aún no había sido devorada
pero en el retrato estaban tus ancestros y el rey Lear
que contaba las guerras
el río de sangre
y las ausencias
el rostro que llevaste cuando la ceguera de Homero
forjaba la espada de Ilión
y el sexo acuoso de Circe.
Ahora
en noche repetida
cuando las tinieblas bailan en el alba
enumeras el cansancio de Antígona y los ojos ciegos
de Edipo
la visión de Swedenborg
y el cierre espinoso de John Donne
que caían en las campanas que doblaban in tenebris.
Los ángeles ciegos del abismo que vienen en busca del
olvido
brillan en tus cuencas para ver la ausencia:
traen la oscuridad de un dios en el exilio
que has negado al enfrentarlo en la noche sin verbos de Tlön
y en el rostro multiplicado del simurg.
Ya no te ves en los espejos que aceleraban la infamia
ni en el timbre que vibraba en los días recurrentes
ni aún en las palabras que se arrastraban en tu impulso.
Sólo ves desde una ventana ciega abierta al vacío
que los hombres acuñaron con el nombre de gloria.
En tus ojos crecieron otros ojos
y en tu rostro la eternidad sin ojos.
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