No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy
errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta
hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda
en la entrada del templo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de
un lenguaje activo que las alude,
signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los
fundamentos, drenan y barrenan,
y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es
yo, que espera que me calle para tomar posesión de
mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos
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