LA VALIJA DE FUEGO, de Aldo Pellegrini

 


Que se viva, sueñe o hable

 que se busque o se den las gracias

 nada evita que en lo más oculto

 existan pequeñas deliciosas inmundicias

 siempre lugares secretos objetos invisibles, lo despreciable que se ama

 borra de café, polvos, gargajos, legaña, insectos, mugre

 un mondadientes usado, pústulas

 flujos, náuseas, fetidez, diarreas

 la embriaguez que vomita

 la cómica felicidad con caries dental y callos

 oh nada de esto aterroriza a los ociosos

 ni a los comediantes que hacen prudentes imitaciones de la vida

 agua de rosas, betún y baba

 las cucarachas nos persiguen de noche y las moscas de día

 todo encerrado en la famosa valija de fuego

 rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.

  

 Meditemos en la valija de fuego

 se la usa en los infiernos despiadados

 contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los amigos

 sólo fracasa con el frío de la muerte

 busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas podredumbres

 para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.

 retornemos a la valija de fuego

 a la valija de fuego de

 a la valija de fuego de madre que da a luz en el instante imprevisto

 y más tarde, cuando el niño se pierde y reclama a su madre, todos lo recriminan duramente, y se da el caso de algunos que –en el colmo de la exasperación– cortan los extremos de los tiernos dedos infantiles y cometen otros actos de piadosa crueldad: el amor a la humanidad, frente al cual el amor de madre debe reservarse para la valija de fuego.

 

Retornemos al canto de fuego repleto de los cuchicheos de los sabios que abrazan llenos de pasión a las prostitutas

 Y de los sabios que simulan dormir

 Y de aquellos que mastican mañana tarde y noche

 Y piensan al compás de las mandíbulas

 (delicioso juego de las mandíbulas que ocultan todos los otros juegos).

  

Retornemos al sollozo de fuego del niño

 el niño que llora perdido en la calle

 y le preguntan: “¿No buscas, hermoso niño, a tu madre?”

 y contesta: “No, busco a mi padre el sabio, en el interior de la ballena

 atravesado por relámpagos que parecen hormigas

 devorado por hormigas que parecen catedrales.”

 oh hermoso niño, te llevaré a tu cálida cuna atravesando los siglos

 y mediante la ciencia de los puntapiés

 te arrancaré de tu sueño

 para ir al encuentro de la sabiduría parricida

 allí donde Edipo y sus hijos bailan cabeza abajo.

  

Retornemos al canto de hielo de los santos en cuclillas, saludando respetuosamente a las cadenciosas fricciones eléctricas

 las chispas eléctricas surgidas del roce de vírgenes satinadas

 al compás de la inocencia que circula por las vetustas morales

 el canto de hielo, el canto que congela

 a las viejas cotorras que penetran contoneándose en su túnel de olvido

 donde padres feroces arrasan los castillos de hadas

 para arrebatar su botín de pieles y tortugas

 donde harapos de piedras cuelgan del vientre de Dios

 y multitud de arqueólogos se agitan incansablemente

 masticando la felpa gris-perla de los pensamientos vegetales.

  

Retornemos a la vida fugaz del hombre inventor del fuego de la melancolía

 los argumentos de la muerte se encierran también en la valija de fuego

 cuando los generosos, los justos, los tenebrosos, los tristes

 arrojan su timidez bastarda

 y hacen explotar los vientres estériles

 con filtros mágicos

 con invenciones saturadas de dulzura que oprimen el pecho, sobre el cual caen mechones de cabellos negativos desde la indescriptible altura de las ideas

 inconmovibles ante toda humana razón

 torrentes de lágrimas deshaciendo las inexpertas rocas del egoísmo

 y todos se van

 y queda un gran vacío circular

 ¿y a quién llama entonces al niño?

 a su madre, la portadora de la valija de fuego, la primera y última

 la que muestra su perenne sonrisa triunfal

 la que siempre retorna

 la que afronta los inmensos peligros de la moralidad

 la que vibra henchida de la más pura sabiduría zoológica.

  

Retornemos al niño que busca juguetes multiangulares

 en el centro de espacios extinguidos

 a la vera de noches emboscadas, arrastrando pesadillas bituminosas

 alimentado con leche de perras violadas

 para alcanzar así la madurez de la inocencia

 ése es el hijo terrible, el hijo impródigo, el hijo no deseado

 que recorre el hilo de las conversaciones hasta hacer estallar su sensatez

 que incendia las posiciones correctas de los visitantes ocasionales

 audaz explorador de selvas de cacahuetes.

  

Retornemos a la valija de fuego de nada

 donde se consumen los sensibles al fuego del tedio moral

 donde se amontonan los triunfadores despanzurrados

 retornemos al fuego de alejarnos

 al fuego de acercarnos

 mientras Dios camina incansablemente a tu lado por toda la eternidad

 sin pensar en ti

 heroicamente solo

 humanamente solo

 marchando sobre arenas siderales

 donde mundos exasperados se desheredan alternativamente.

  

He aquí el gran espectáculo que la valija de fuego no puede contener

 el espectáculo de la soledad de Dios y de su hijo el hombre

 solos en la multiplicidad de lo creado

 en la infinita multiplicidad

 todos heroicamente solos

 dios y los hombres

 irritantemente heroicos.

  

Simulando una sonrisa

 recoge tu valija de fuego extinguido

 tu valija de noche abandonada por sus fantasmas

 juguete inolvidable

 revelador del gran secreto

 con los argumentos de la muerte se puede triunfar en la vida.



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