Cuando mis labios se cansen, porque también los labios sienten
sideral fatiga,
imitaré a los vagabundos:
pondré sobre los hombros mis grises pertenencias,
y seguido por un cortejo de azules moscas
y canes indigentes,
me alejaré por un suburbio triste, sacudiéndome el polvo
de la vida y los astros,
hacia un amarillo bosque
donde mi espíritu no sufra;
hacia uno de esos maravillosos bosques
otoñales,
a soñar.
Me habré cansado ya de hacer surgir el sol,
cual Orfeo
al resonar de mi silvestre cántico,
y no convocaré ciervos ni alondras
para cantarles mi pasión de vida.
El arpa polífona será monocorde leño,
o estará rota y olvidada.
Sin ella ambularé sordo y cegado,
pues con sus cuerdas excitadas oigo
y sus sentidos espumantes veo,
mas no podré escuchar ni percibir entre las
nubes,
la cabellera de Eurídice pasando.
¡Ya para qué la luna, amiga siempre ecuánime,
y el prestigio de los luceros
y la soberbia de Saturno!
Me abasteceré de cualquier limosna aérea;
del hurto a frutales cultivos
o del casual encuentro con otro celeste vagabundo.
¡Viviré de astrales misericordias,
yo, el usurpador de un laurel dinástico
que en un jardín de celuloide brilla!
¡Yo, un divino haragán!
¡Qué fácil no sentirme fundador de un imperio danzante
regido por arrebatadoras músicas,
ni organizador de nuevas y azules jerarquías!
¡Qué cansancio,
y qué alivio
no sentir al Misterio gravitar en mis hombros!
¡Yo, un vagabundo del espacio,
estaré en el final de mi carrera!
Inútiles las preguntas incesantes: ¿qué he sido,
qué perturba mi calma, qué mi nombre fustiga?
¿Habré llegado al preciso límite
donde la soledad se vuelve música?
¡Para qué preguntarlo, si ya el sueño me agobia
con el último sueño!
Bostezaré como el vagabundo
cuando se acuesta entre su séquito de moscas y de canes.
Consultaré a las nubes: ¿será larga la noche
que arropará mi pródigo descanso?
¿Nadie entendió en el mundo
que fue solar mi vagabundería
y el lodo gris de mis zapatos, hímnico?
Volveré a bostezar cósmicamente
y a decir: ¡hasta pronto, jilgueros,
y vosotros, vulgares amigos!
Mas, antes de dormirme para siempre,
formaré con espartos y sucios cordones,
un arpa humilde, un arpa,
y la dejaré sobre mi pecho para que ahí,
tendido,
vuelto a la vagancia eterna,
el viento cante y cante
sobre mi ser y mi vestido astroso;
y el sol, por mí siempre invocado,
retorne y cante
y cante
sobre mi paz de taciturno Orfeo,
porque yo soy el pulsador de universales
cítaras.
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