Nácares de la luna ya olvidados,
las verdes colas de las tres sirenas,
que huyendo de la mar y sus pescados,
cortas las faldas cortas las melenas,
reinas del viento, los celestes bares
solicitan en tres hidros alados.
¡Qué amarga ya la menta de los mares!
¡Gloria al vapor azul de los licores
y al sonoro cristal de los vasares!
¡Lejos los submarinos comedores!
¡Honor a los seráficos fruteros
del Paraíso añil de los Amores!
Bajo las ondas, novios marineros,
nunca más, ni por playas y bahías,
los pescadores y carabineros.
Sí por hoteles y confiterías,
alfiler de sol puro en la corbata,
ángeles albos de las neverías.
No en el estío de la mar, regata
de balandros, sino que por el cielo,
un automóvil de marfil y plata,
un hidroplano de redondo vuelo
y, a un patinar de corzas boreales,
la resbalada luna azul del yelo.
Ver cómo en las verbenas siderales,
vírgenes albas, célicos donceles
y flores de los canos santorales,
en calesas de vidrios y claveles,
las ternas van a coronar, equinas,
del giro de los blandos carruseles.
No más álgidas ferias submarinas,
ni a las damas jugar con los tritones
o al ajedrez con los guardias marinas.
¡Muerte a la mar con nuestros tres arpones!
Y cuatro boquetes, buscándote.
Ecos de alma hundida en un sueño moribundo,
de alma que ya no tiene que perder tierras ni mares,
cuatro ecos, arriba, escapándose.
A la luz,
a los cielos,
a los aires.
Comentarios
Publicar un comentario