Señor, usted que pasa por mi puerta
todas las tardes silencioso y triste;
¡dígame qué es la soledad! Escucha
profundamente y lento me responde:
-¡Perdóneme, señor, pero lo ignoro!
Vaya usted a ese parque abandonado.
Una mujer se sienta en esa banca
inmensamente sola y dolorida.
¡Pregúnteselo usted, ella lo sabe!
-Sí, conozco ese parque y su tristeza.
Yo mismo le sembré sus araucarias.
-¡Buenas tardes, señora!Y la saludo
prosternando el sombrero humildemente.
¡Dígame qué es la soledad! Presiento
que en ella vive y con temor lo calla.
-¡Señor, lo ignoro! Y a sus ojos secos
no le asoma una lágrima siquiera.
-Pero vaya a esta casa. Y de sus manos
despréndese un papel agonizante.
-El hombre que la habita, así se nombra.
Mas vaya pronto porque sus ventanas
ya se van a cerrar. Él se lo dice.
-Y al último reflejo de la tarde
descubro con dolor sin amargura,
mi nombre y señas por su mano escritos.
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