No tiene padres, claro... Lo sé por tu indecisa
manera de mirar. Lo sé por tu camisa.
Eres pequeño y grande detrás de la canasta.
Respetas los gorriones. Un centavo te basta.
La gente va vestida por adentro de hierro.
No te oyen... Has gritado dos o tres veces: ¡berro!
Pasan indiferentes con bultos y sombrillas,
en pantalones nuevos y en blusas amarillas;
caminan presurosos hacia el Banco y el tedio
o hacia el atardecer por la Calle del Medio.
Y tú no estás vendiendo: tú juegas a vender;
y aunque jamás jugaste te sale sin querer.
Pero no te me acerques; no, niño, no me hables.
No quiero ver el sitio de tus alas probables.
Te encontré esta mañana al doblar de la Audiencia,
y ¡qué golpe me ha dado tu infeliz inocencia!
Mi corazón que era un poco de ilusión
ya es como berro mustio, como no corazón.
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