Ha llegado la noche, la casa se balancea suavemente
en el vapor que asciende de la tierra.
Hay libros y música aquí,
plegarias inverosímiles, bebidas
que centellean en la sombra
para iluminar el follaje de regiones cálidas
en ciertos rincones.
muebles sigilosos s punto de huir.
De espaldas en el lecho una mujer
pasa como un suspiro tus páginas de un libro.
atrapada por los tentáculos del destino
de ciertos personajes, ya consumado para siempre
con el sello de unas palabras ineluctables.
Su mirada
franquea la estación y vuela sobre los mares
para seguir los meandros de una historia que estalla
en el astillado viento del amor
al final de una larga alameda sin nadie.
Las mujeres
suelen engañarse con el amor y el viento
hasta llegar a esa ansiosa o somnolienta
pregunta de frontera: «¿Aún me quieres...?»
donde el horizonte del hogar, tibio como la piel
de la mujer que lee envuelta en su perfume,
se torna inquietante, vacila
como un viejo peldaño y deja paso
a otros fantasmas que se amaron,
con su rostro de novia entre las furias y las lágrimas,
o inmóvil en la alta ventana desde donde contempla
la estatua de sal de su amante en la acera
vuelto hacia ella como una herida,
inalcanzable hasta el infierno.
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