“Mañana”. La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin calor ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: “Yo, mañana...”
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban –agudas,
sones de violinesesperanzas
delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! Qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: “Yo...”.
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