150,000,000 es el nombre del artífice de este poema.
Su ritmo: la bala.
Su rima, el fuego saltando de un edificio al otro.
150,000,000 hablan por mi boca.
Esta edición fue impresa con la rotativa de los pasos,
en el papel vitela del adoquinado.
¿Hay quién pregunte a la luna?
¿Hay quién pretenda que el sol le rinda cuentas?
¿Quién se atrevería a afirmar:
éste es el autor más genial de la tierra?
Su ritmo: la bala.
Su rima, el fuego saltando de un edificio al otro.
150,000,000 hablan por mi boca.
Esta edición fue impresa con la rotativa de los pasos,
en el papel vitela del adoquinado.
¿Hay quién pregunte a la luna?
¿Hay quién pretenda que el sol le rinda cuentas?
¿Quién se atrevería a afirmar:
éste es el autor más genial de la tierra?
De igual modo
este poema
no tiene autor.
Su única idea es
brillar en el día naciente.
Ese mismo año,
en ese día y hora,
bajo tierra, en la tierra por el cielo y aún más arriba
aparecieron estos
carteles,
octavillas,
affiches:
«¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A todos
los que ya no aguantan más! ¡Salid
y marchad juntos!»
(firmas):
La Venganza —maestro de ceremonias.
El Hambre —administrador.
La Bayoneta.
La Pistola.
La Bomba (tres
firmas:
los secretarios
¡Vamos! ¡Vamos, vamos!
¡Ja. ja!
ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Se caen!
¡Eh, Juanón!
¡Mete billetes en la alpargata!
¡No vayas descalzo al mitin!
¡Adiós, Rusia del alma!
¡Se acabó la pobre!
¡Ya encontramos otra Rusia!
¡La internacional!
¡Vamos!
Sentado en sillón de oro
toma té con bizcochos.
Iré a verle,
furioso.
Iré a verle
tísico.
Iré a verle
y le diré:
«Wilson, oye,
Woodrow,
¿quieres un cubo de mi sable? Ya verás…»
Llegaremos hasta el mismísimo
hasta Lloyd George
Y le diremos:
«Oye,
Jorgito…»
—Hasta él no llegas.
Hasta él hay océanos.
Con esos no puede el jamelgo
No importa.
Iremos a pata. Despertaba a la llamada
de los bosques. Fieras y fierecillas segregaban fuerza.
“Un lechón gruñía aplastado por un elefante.
Los cachorros formaban hileras de cachorros.
El grito humano es insoportable.
Pero la fiera se exprimía el alma.
(Os traduciré el bramido de los animales,
si no conocéis la lengua animal):
«¡Escucha, Wilson,
bola de grasa! Si la culpa es del hombre,
castígalo.
Nosotros
no hemos firmado el pacto de Versalles.
Las fieras, sí,
¿pero por qué debemos pasar hambre?
¡Que sufran ellos nuestro dolor animal!
¡Quién pudiera hartarse una vez más!
¡Vamos a las Indias, rebosantes de hierbas!
¡A las praderas americanas!»
¡Oh! ¡Oh-uh!
Ya no cabemos en la jaula-bloqueo.
¡Adelante, automóviles!
¡Al mitin, motocicletas! ¡Lo pequeño, a la derecha!
¡Ceded el paso a los camiones!
¡Los caminos se pusieron en fila india!
Escuchad lo que dicen los caminos
¿Qué dicen? «Nos asfixiamos de tanto viento y polvo,
retorciéndonos en los raíles por estepas hambrientas.
Por dóciles kilómetros sin empedrar,
estamos hartos de arrastrarnos tras los presidiarios.
Queremos saturarnos de asfalto,
ceder bajo el peso del expreso, ¡levantáos!
¡Basta de dormir carreteras mecidas por el polvo!
¡Vamoooos!» ¡Vamos a las minas! ¡A por pan!
¡A por el moreno!
Sembrado para nosotros.
Sin leña
sólo los tontos pueden andar. ¡Al mitin, locomotoras!
¡Locomotoras, al mitin!
¡Rápiiiido!
¡Rápidorápido!
¡Eh,
regiones,
levad anclas!
Tras Tula, Astrakán,
una mole tras otra,
inmóviles
desde Adán,
arrancaron
y avanzan sobre otras, con ruido de ciudades.
Llevando por delante la oscuridad rezagada,
tropezando con las frentes de los faroles,
iban al mitin legiones de luz,
con las zancadas de postes eléctricos.
este poema
no tiene autor.
Su única idea es
brillar en el día naciente.
Ese mismo año,
en ese día y hora,
bajo tierra, en la tierra por el cielo y aún más arriba
aparecieron estos
carteles,
octavillas,
affiches:
«¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A todos
los que ya no aguantan más! ¡Salid
y marchad juntos!»
(firmas):
La Venganza —maestro de ceremonias.
El Hambre —administrador.
La Bayoneta.
La Pistola.
La Bomba (tres
firmas:
los secretarios
¡Vamos! ¡Vamos, vamos!
¡Ja. ja!
ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Se caen!
¡Eh, Juanón!
¡Mete billetes en la alpargata!
¡No vayas descalzo al mitin!
¡Adiós, Rusia del alma!
¡Se acabó la pobre!
¡Ya encontramos otra Rusia!
¡La internacional!
¡Vamos!
Sentado en sillón de oro
toma té con bizcochos.
Iré a verle,
furioso.
Iré a verle
tísico.
Iré a verle
y le diré:
«Wilson, oye,
Woodrow,
¿quieres un cubo de mi sable? Ya verás…»
Llegaremos hasta el mismísimo
hasta Lloyd George
Y le diremos:
«Oye,
Jorgito…»
—Hasta él no llegas.
Hasta él hay océanos.
Con esos no puede el jamelgo
No importa.
Iremos a pata. Despertaba a la llamada
de los bosques. Fieras y fierecillas segregaban fuerza.
“Un lechón gruñía aplastado por un elefante.
Los cachorros formaban hileras de cachorros.
El grito humano es insoportable.
Pero la fiera se exprimía el alma.
(Os traduciré el bramido de los animales,
si no conocéis la lengua animal):
«¡Escucha, Wilson,
bola de grasa! Si la culpa es del hombre,
castígalo.
Nosotros
no hemos firmado el pacto de Versalles.
Las fieras, sí,
¿pero por qué debemos pasar hambre?
¡Que sufran ellos nuestro dolor animal!
¡Quién pudiera hartarse una vez más!
¡Vamos a las Indias, rebosantes de hierbas!
¡A las praderas americanas!»
¡Oh! ¡Oh-uh!
Ya no cabemos en la jaula-bloqueo.
¡Adelante, automóviles!
¡Al mitin, motocicletas! ¡Lo pequeño, a la derecha!
¡Ceded el paso a los camiones!
¡Los caminos se pusieron en fila india!
Escuchad lo que dicen los caminos
¿Qué dicen? «Nos asfixiamos de tanto viento y polvo,
retorciéndonos en los raíles por estepas hambrientas.
Por dóciles kilómetros sin empedrar,
estamos hartos de arrastrarnos tras los presidiarios.
Queremos saturarnos de asfalto,
ceder bajo el peso del expreso, ¡levantáos!
¡Basta de dormir carreteras mecidas por el polvo!
¡Vamoooos!» ¡Vamos a las minas! ¡A por pan!
¡A por el moreno!
Sembrado para nosotros.
Sin leña
sólo los tontos pueden andar. ¡Al mitin, locomotoras!
¡Locomotoras, al mitin!
¡Rápiiiido!
¡Rápidorápido!
¡Eh,
regiones,
levad anclas!
Tras Tula, Astrakán,
una mole tras otra,
inmóviles
desde Adán,
arrancaron
y avanzan sobre otras, con ruido de ciudades.
Llevando por delante la oscuridad rezagada,
tropezando con las frentes de los faroles,
iban al mitin legiones de luz,
con las zancadas de postes eléctricos.
Y por encima
conciliando el agua y el fuego,
pudriéndose de ahogados, fluían los mares.
«¡Paso a las olas del Caspio!»
¡No volveremos a Rusia! No en el flaco Bakú,
en las playas de la jubilosa Niza brincaremos
con la ola mediterránea.»
Y, por fin,
tras el trueno
de correr y de trotar, respirando a pleno pulmón,
en borbotones de nubes salieron
por los agujeros los aires ya tormentosos de Rusia.
¡Vamo-o-o-s! ¡Vamosvamos!
¡Y todos
los ciento cincuenta millones de gentes, billones de peces,
trillones de insectos, animales salvajes,
animales domésticos, centenares de regiones,
con todo lo que
hay construido, lo que vive en ellas,
todo lo movible,
inamovible,
lo que apenas se movía, reptando,
arrastrándose, nadando.
Marcho en avalancha
¡en avalancha!
Y retumbaba el sitio
donde estuvo Rusia.
Lo importante
no es comerciar con sacarina.
¡El corazón quiere ser campana que doble!
Hoy al paraíso
lanzaremos a Rusia más allá
de los irisados pozos del crepúsculo.
¡Ja, ja,
ja, ja, ja, ja,
ja, ja!
¡Vamosvamos!
¡A través de la guardia blanca de las nieves!
¿Por qué las regiones sacan sus carnosidades de los límites
que por siglos les fijaron las autoridades?
¿Por qué aguzan el oído los cielos?
¿A quién atalaya el horizonte?
Por eso
hoy
los ojos del mundo entero están puestos
en nosotros y todos los oídos alertas
captan el más mínimo sonido nuestro
Para ver esto
Para escuchar estas palabras: esto
es la voluntad de la revolución,
lanzada más allá de sus últimos límites
esto
es un mitin
armazones de máquinas, gentes,
y cuerpos de animales, esto
son manos
patas
pinzas
bielas levantadas
aun donde el aire enrareció
prometiendo una misma cosa al unísono.
Olvidad
a los poetas
que lanzan aullidos celestiales,
olvidadlos,
escuchad esta canción: «Vinimos a través de ciudades,
nos abrimos paso en la tundra,
pisamos fango y charcos.
Vinimos millones
millones de obreros,
millones de trabajadores y empleados.
Vinimos de las casas,
escapamos de los almacenes,
de las callejuelas alumbradas por los incendios.
Vinimos millones,
millones de objetos,
destrozados,
rotos, arruinados.
Bajamos de las montañas
reptamos por bosques
y campos de cebada agostados por los años.
Vinimos,
millones,
millones de ganado,
cerriles,
embrutecidos, hambrientos.
Vinimos
millones
de impíos,
paganos
y ateos
con la frente,
el hierro oxidado,
el campo,
Recemos todos a Dios, con fervor. ¡Aparece,
no de un mullido tálamo estelar, Dios de hierro,
Dios de fuego
Dios, ni Marte,
ni Neptuno, ni Vegas,
Dios de carne,
¡Dios-Hombre!
Baja de las estrellas que brillan en las arenas,
liberado de las alturas, terrestre,
¡sal,
aparece
entre nosotros!
No el que
«estás en los cielos».
Hoy
a la vista de todos obraremos milagros,
nuestros propios milagros.
Nos encabritamos
si en tu nombre
hay que batallar
en medio del humo en el fragor del turno.
Nuestras hazañas
serán más difíciles que las del Creador
que llenaba
de cosas el vacío.
No sólo tenemos que construir con imaginación nueva,
sino también dinamitar lo viejo.
¡Sed, danos de beber! ¡Hambre, aliméntanos! Ya es hora
de llevar el cuerpo al combate.
¡Más tupida sea la descarga contra los cobardes!
¡Contra el montón, fuego de metralla!
¡Que todo venga
del mismísimo fondo del alma!
¡A fuego,
a llama,
a hierro,
a luz,
abrasa,
quema,
corta,
destruye!
Nuestras piernas
son abanicos que aventan la polvareda.
Nuestras aletas son naves.
Nuestras alas son aeroplanos.
¡Caminar!
¡Volar!
¡Cruzar!
¡Rodar!
haciendo inventario del mundo entero.
Si esa cosa es útil,
bien,
sirve.
Si es inútil,
¡al diablo!
Una cruz negra.
¡Acabaremos contigo,
mundo romántico!
Basta de fe
en el alma,
¡electricidad,
vapor!
¡Basta de mendigos!
¡Embolsad las riquezas de todos los mundos!
¡Matad cuanto es viejo!
¡De los cráneos haced ceniceros!
Arrasadas las antiguallas,
un mito nuevo se impondrá en el mundo.
Romperemos con el pie la barrera del tiempo.
Miles de arcoiris colorearán el cielo.
En un mundo nuevo se abrirán
las rosas y los sueños ensuciados por las rimas.
Todo estará hecho
para el placer
de los niños grandes que somos.
Inventaremos
rosas nuevas,
rosas de capitales con pétalos de plazas.
conciliando el agua y el fuego,
pudriéndose de ahogados, fluían los mares.
«¡Paso a las olas del Caspio!»
¡No volveremos a Rusia! No en el flaco Bakú,
en las playas de la jubilosa Niza brincaremos
con la ola mediterránea.»
Y, por fin,
tras el trueno
de correr y de trotar, respirando a pleno pulmón,
en borbotones de nubes salieron
por los agujeros los aires ya tormentosos de Rusia.
¡Vamo-o-o-s! ¡Vamosvamos!
¡Y todos
los ciento cincuenta millones de gentes, billones de peces,
trillones de insectos, animales salvajes,
animales domésticos, centenares de regiones,
con todo lo que
hay construido, lo que vive en ellas,
todo lo movible,
inamovible,
lo que apenas se movía, reptando,
arrastrándose, nadando.
Marcho en avalancha
¡en avalancha!
Y retumbaba el sitio
donde estuvo Rusia.
Lo importante
no es comerciar con sacarina.
¡El corazón quiere ser campana que doble!
Hoy al paraíso
lanzaremos a Rusia más allá
de los irisados pozos del crepúsculo.
¡Ja, ja,
ja, ja, ja, ja,
ja, ja!
¡Vamosvamos!
¡A través de la guardia blanca de las nieves!
¿Por qué las regiones sacan sus carnosidades de los límites
que por siglos les fijaron las autoridades?
¿Por qué aguzan el oído los cielos?
¿A quién atalaya el horizonte?
Por eso
hoy
los ojos del mundo entero están puestos
en nosotros y todos los oídos alertas
captan el más mínimo sonido nuestro
Para ver esto
Para escuchar estas palabras: esto
es la voluntad de la revolución,
lanzada más allá de sus últimos límites
esto
es un mitin
armazones de máquinas, gentes,
y cuerpos de animales, esto
son manos
patas
pinzas
bielas levantadas
aun donde el aire enrareció
prometiendo una misma cosa al unísono.
Olvidad
a los poetas
que lanzan aullidos celestiales,
olvidadlos,
escuchad esta canción: «Vinimos a través de ciudades,
nos abrimos paso en la tundra,
pisamos fango y charcos.
Vinimos millones
millones de obreros,
millones de trabajadores y empleados.
Vinimos de las casas,
escapamos de los almacenes,
de las callejuelas alumbradas por los incendios.
Vinimos millones,
millones de objetos,
destrozados,
rotos, arruinados.
Bajamos de las montañas
reptamos por bosques
y campos de cebada agostados por los años.
Vinimos,
millones,
millones de ganado,
cerriles,
embrutecidos, hambrientos.
Vinimos
millones
de impíos,
paganos
y ateos
con la frente,
el hierro oxidado,
el campo,
Recemos todos a Dios, con fervor. ¡Aparece,
no de un mullido tálamo estelar, Dios de hierro,
Dios de fuego
Dios, ni Marte,
ni Neptuno, ni Vegas,
Dios de carne,
¡Dios-Hombre!
Baja de las estrellas que brillan en las arenas,
liberado de las alturas, terrestre,
¡sal,
aparece
entre nosotros!
No el que
«estás en los cielos».
Hoy
a la vista de todos obraremos milagros,
nuestros propios milagros.
Nos encabritamos
si en tu nombre
hay que batallar
en medio del humo en el fragor del turno.
Nuestras hazañas
serán más difíciles que las del Creador
que llenaba
de cosas el vacío.
No sólo tenemos que construir con imaginación nueva,
sino también dinamitar lo viejo.
¡Sed, danos de beber! ¡Hambre, aliméntanos! Ya es hora
de llevar el cuerpo al combate.
¡Más tupida sea la descarga contra los cobardes!
¡Contra el montón, fuego de metralla!
¡Que todo venga
del mismísimo fondo del alma!
¡A fuego,
a llama,
a hierro,
a luz,
abrasa,
quema,
corta,
destruye!
Nuestras piernas
son abanicos que aventan la polvareda.
Nuestras aletas son naves.
Nuestras alas son aeroplanos.
¡Caminar!
¡Volar!
¡Cruzar!
¡Rodar!
haciendo inventario del mundo entero.
Si esa cosa es útil,
bien,
sirve.
Si es inútil,
¡al diablo!
Una cruz negra.
¡Acabaremos contigo,
mundo romántico!
Basta de fe
en el alma,
¡electricidad,
vapor!
¡Basta de mendigos!
¡Embolsad las riquezas de todos los mundos!
¡Matad cuanto es viejo!
¡De los cráneos haced ceniceros!
Arrasadas las antiguallas,
un mito nuevo se impondrá en el mundo.
Romperemos con el pie la barrera del tiempo.
Miles de arcoiris colorearán el cielo.
En un mundo nuevo se abrirán
las rosas y los sueños ensuciados por las rimas.
Todo estará hecho
para el placer
de los niños grandes que somos.
Inventaremos
rosas nuevas,
rosas de capitales con pétalos de plazas.
Vosotros,
los marcados con el estigma del suplicio,
ved al verdugo de hoy.
Y sabréis
que los hombres
pueden ser cariñosos,
con el amor
que la estrella trepa por un rayo.
Nuestra alma
será
confluencia de los Volga de amor.
Todo el que las aguas traigan
—tú o cualquier otro—
será bañado por una mirada luminosa.
Por las arterias más finas
botaremos
las naves faéricas de los hallazgos poéticos.
Y tal como lo escribimos
el mundo será
el miércoles
y ayer
y hoy
y mañana y siempre,
por los siglos de los siglos. Por el verano secular,
lucha,
canta:
«En la batalla final» ¡Coreemos un himno común!
¡Más de un millón!
¡Multipliquémonos por cien! ¡Vamos, por las calles!
¡A los tejados!
¡Tras los soles! ¡En los mundos!
¡Gimnastas de la palabra!
Y Rusia
ya no es un pordiosero
no es un montón de escombros, no es ceniza de casas
Rusia
Rusia entera
es un solo Iván,
sus brazos
son
el Neva
y sus pies las estepas del Caspio.
El siguiente fragmento narra
el cuerpo a cuerpo que sostienen Iván,
en harapos tras atravesar océanos y montañas,
y W. Wilson, en Chicago.
Atrincherado en su palacio,
Wilson resiste, acciona unos resortes dorados,
y de inmediato se alarga
la cadena de formaciones inhumanas.
Más terrible que tanques,
que aguerridos regimientos,
el hambre
se levanta, sin vientre,
con cien bocas, con millones de mandíbulas,
y sale de un salto.
Muerde una ciudad
—se rompe como una nuez.
Atrapa una villa —y sus huesos crujen.
A los hombres, a los animales,
se los traga a puñados.
Precediéndola,
aguzado el oído,
abre la marcha la ruina.
La fábrica respira.
la ruina la oye.
La ruina oye.
La fábrica respira.
La ruina la estrecha,
la fábrica se desmorona.
Ataca, blandiendo un trozo de vía férrea.
Todo se convierte en polvo, declina,
se hunde. ¡Prepárate!
¡Al ataque!
¡Trabaja!
¡Suda!
La garganta del hambre,
el morro de la ruina,
¡Las estrangularemos
con el nudo corredizo de las vías
los marcados con el estigma del suplicio,
ved al verdugo de hoy.
Y sabréis
que los hombres
pueden ser cariñosos,
con el amor
que la estrella trepa por un rayo.
Nuestra alma
será
confluencia de los Volga de amor.
Todo el que las aguas traigan
—tú o cualquier otro—
será bañado por una mirada luminosa.
Por las arterias más finas
botaremos
las naves faéricas de los hallazgos poéticos.
Y tal como lo escribimos
el mundo será
el miércoles
y ayer
y hoy
y mañana y siempre,
por los siglos de los siglos. Por el verano secular,
lucha,
canta:
«En la batalla final» ¡Coreemos un himno común!
¡Más de un millón!
¡Multipliquémonos por cien! ¡Vamos, por las calles!
¡A los tejados!
¡Tras los soles! ¡En los mundos!
¡Gimnastas de la palabra!
Y Rusia
ya no es un pordiosero
no es un montón de escombros, no es ceniza de casas
Rusia
Rusia entera
es un solo Iván,
sus brazos
son
el Neva
y sus pies las estepas del Caspio.
El siguiente fragmento narra
el cuerpo a cuerpo que sostienen Iván,
en harapos tras atravesar océanos y montañas,
y W. Wilson, en Chicago.
Atrincherado en su palacio,
Wilson resiste, acciona unos resortes dorados,
y de inmediato se alarga
la cadena de formaciones inhumanas.
Más terrible que tanques,
que aguerridos regimientos,
el hambre
se levanta, sin vientre,
con cien bocas, con millones de mandíbulas,
y sale de un salto.
Muerde una ciudad
—se rompe como una nuez.
Atrapa una villa —y sus huesos crujen.
A los hombres, a los animales,
se los traga a puñados.
Precediéndola,
aguzado el oído,
abre la marcha la ruina.
La fábrica respira.
la ruina la oye.
La ruina oye.
La fábrica respira.
La ruina la estrecha,
la fábrica se desmorona.
Ataca, blandiendo un trozo de vía férrea.
Todo se convierte en polvo, declina,
se hunde. ¡Prepárate!
¡Al ataque!
¡Trabaja!
¡Suda!
La garganta del hambre,
el morro de la ruina,
¡Las estrangularemos
con el nudo corredizo de las vías
Y cuando el país iba a quedar sin aliento
—cortado por el hambre—
entonces,
blandiendo el ariete hidráulico de los trenes,
el transporte se puso en marcha.
Las locomotoras, con su blanca barba al viento,
combaten, el hambre cede,
y los trenes cargados de trigo,
empezaron a pasar por encima de su cuerpo,
comiéndose los restos.
—cortado por el hambre—
entonces,
blandiendo el ariete hidráulico de los trenes,
el transporte se puso en marcha.
Las locomotoras, con su blanca barba al viento,
combaten, el hambre cede,
y los trenes cargados de trigo,
empezaron a pasar por encima de su cuerpo,
comiéndose los restos.
Estremecido de rabia,
Woodrow
ordena:
«Aniquiladlo enseguida»
y envía enjambres de guerreros jóvenes…
Y todos avanzan protegidos por el fango,
espiroqueta sobre espiroqueta,
vibrión sobre vibrión.
El veneno de los microbios,
las patas de los piojos,
ensucian la sangre,
hacen cosquillas a los cuerpos.
De una copa inédita
surgen las enfermedades,
de pronto,
el hombre
adormecido
se llena de manchas se hincha, y estalla
como un hongo. Entonces se ponen en marcha
precedidos por cierta
farmacia arcoiris,
poniendo en las troneras botellas de fenol, lazaretos,
clínicas,
hospitales. Los piojos retroceden
estrechando filas,
perseguidos
por el fuego
de los microscopios.
La cadena desinfectante los golpea y golpea.
Los enemigos son puestos
patas arriba.
Y abajo
blandiendo como bandera una receta,
desfila triunfalmente el Narkomzdrav del mundo entero.
De Wilson sale un extraño sonido,
— Enfermedades y penurias han sido vencidas,
y envía su último ejército,
el ejército envenenado por las ideas.
Woodrow
ordena:
«Aniquiladlo enseguida»
y envía enjambres de guerreros jóvenes…
Y todos avanzan protegidos por el fango,
espiroqueta sobre espiroqueta,
vibrión sobre vibrión.
El veneno de los microbios,
las patas de los piojos,
ensucian la sangre,
hacen cosquillas a los cuerpos.
De una copa inédita
surgen las enfermedades,
de pronto,
el hombre
adormecido
se llena de manchas se hincha, y estalla
como un hongo. Entonces se ponen en marcha
precedidos por cierta
farmacia arcoiris,
poniendo en las troneras botellas de fenol, lazaretos,
clínicas,
hospitales. Los piojos retroceden
estrechando filas,
perseguidos
por el fuego
de los microscopios.
La cadena desinfectante los golpea y golpea.
Los enemigos son puestos
patas arriba.
Y abajo
blandiendo como bandera una receta,
desfila triunfalmente el Narkomzdrav del mundo entero.
De Wilson sale un extraño sonido,
— Enfermedades y penurias han sido vencidas,
y envía su último ejército,
el ejército envenenado por las ideas.
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