Mr.
John Langdon Davies advierte a las mujeres que «cuando los niños
dejen por completo de ser deseables, las mujeres dejarán del todo de
ser necesarias». Espero que toméis buena nota.
¿Qué
más os puedo decir que os incite a entregaros a la labor de vivir?
Muchachas, podría deciros, y os ruego prestéis atención porque
empieza la peroración, sois, en mi opinión, vergonzosamente
ignorantes. Nunca habéis hecho ningún descubrimiento de
importancia. Nunca habéis sacudido un imperio ni conducido un
ejército a la batalla. Las obras de Shakespeare no las habéis
escrito vosotras ni nunca habéis iniciado una raza de salvajes a las
bendiciones de la civilización. ¿Qué excusa tenéis? Lo arregláis
todo señalando las calles, las plazas y los bosques del globo donde
pululan habitantes negros, blancos y color café, todos muy ocupados
en traficar, negociar y amar, y diciendo que habéis tenido otro
trabajo que hacer. Sin vosotras, decís, nadie hubiera navegado por
estos mares y estas tierras fértiles serían un desierto.
«Hemos
traído al mundo, criado, lavado e instruido, quizás hasta los seis
o siete años, a los mil seiscientos veintitrés millones de humanos
que, según las estadísticas, existen actualmente y esto, aunque
algunas de nosotras hayan contado con ayuda, toma tiempo.» Hay algo
de verdad en lo que decís, no lo negaré. Pero permitidme al mismo
tiempo recordaros que desde el año 1866 han funcionado en Inglaterra
como mínimo dos colegios universitarios de mujeres; que a partir del
año 1880 la ley ha autorizado a las mujeres casadas a ser dueñas de
sus propios bienes y que en el año 1919 —es decir, hace ya nueve
largos años— se le concedió el voto a la mujer. Os recordaré
también que pronto hará diez años que la mayoría de las
profesiones os están permitidas. Si reflexionáis sobre estos
inmensos privilegios y el tiempo que hace que venís disfrutando de
ellos, y sobre el hecho de que deben de haber actualmente unas dos
mil mujeres capaces de ganar quinientas libras al año, admitiréis
que la excusa de que os han faltado las oportunidades, la
preparación, el estímulo, el tiempo y el dinero necesarios no os
sirve. Además, los economistas nos dicen que Mrs. Seton ha tenido
demasiados niños. Debéis, naturalmente, seguir teniendo niños,
pero dos o tres cada una, dicen, no diez o doce. Así, pues, con un
poco de tiempo en vuestras manos y unos cuantos conocimientos
librescos en vuestros cerebros —de los otros ya tenéis bastantes y
en parte os envían a la universidad, sospecho, para que no os
eduquéis— sin duda entraréis en otra etapa de vuestra larga,
laboriosa y oscurísima carrera. Mil plumas están preparadas para
deciros lo que debéis hacer y qué efecto tendréis. Mi propia
sugerencia es un tanto fantástica, lo admito; prefiero, pues,
presentarla en forma de fantasía.
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