Llegaste
con
una ojeada
seria
tras
el rugido,
tras
la estatura
adivinaste
simplemente al niño.
Cogiste
su
corazón para ti sola,
y
simplemente te fuiste a jugar con él
como
una niña con la pelota.
Y
todos,
como
ante un milagro,
dijeron,
aquí una dama,
allí
una señorita:
¿Amar
a uno así?
Te
aplastaría.
Probablemente
es una domadora.
Probablemente
sale del zoo.
Y
yo exulto de alegría.
Ya
no hay
yugo.
Perdiendo
la cabeza de felicidad
yo
saltaba con un indio en una boda,
tan
alegre estaba,
tan
ligero me sentía.
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