Dedico este libro a Vicente Aleixandre
Vicente
A nosotros, que hemos
nacido poetas
entre todos los hombres,
nos ha hecho poetas la
vida
junto a todos los
hombres.
Nosotros venimos
brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y
cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un
instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro
corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos
otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos de mañana.
Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino
es parar en las manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden
contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel
que se atreve a manchar esas manos, aquello que se atreven a
deshonrar la sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la
poesía, y nadie los lavará; en su misma suciedad quedarán ciegos.
Tu voz y la mía irrumpen del mismo venero. Lo que echo de menos es
mi guitarra, y hallo la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis dado
imborrables pruebas de poesía, y el pueblo hacia el que tiendo todas
mis raíces alimenta y ensancha mis ansias y mis cuerdas con el soplo
cálido de sus movimientos nobles.
Los poetas somos viento
del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.
Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un
imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo
espera a los poetas con lo oreja y el alma tendidas al pie de cada
siglo.
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