Cada
vez pareciéndome
más
y más a mí mismo.
Al
ignorado, al hondo,
al
que jamás es visto.
Al
que se curvo en sombras
cuando
aparezco y brillo.
Al
que tiende las manos
pero
esconde el espíritu.
Al
que en solares climas atúrdese de frío.
Al
que jamás me escucha
cuando
mi nombre digo.
Al
que se escapa rápido
cuando
me necesito,
hacia
unas claridades
de
inmensos laberintos.
Al
que no está a mi lado
si
padezco cautivo.
Al
que tiene memoria
cuando
busco el olvido.
Al
que robó estas llamas
en
que me incendio vivo.
Al
que camina siempre
sin
rumbos conocidos.
Cuando
sembré jardines
me
cultivó un espino
y
desabridas varas
de
emponzoñado trigo.
Gemelos
implacables.
Celestes
enemigos.
La
luz y la penumbra.
La
víbora y el nido.
Y
ha llegado esta noche
a
enfrentarse conmigo,
y
está junto a mi puerta
contemplándome
fijo.
Y
al verme en este espejo
de
claroscuros lívidos,
con
todas mis pobrezas
y
todos mis instintos;
al
verme doloroso
tornar
de mis abismos,
mi
identidad me espanta.
¡Soy
el fugitivo!
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