Yo
sería capaz de llorar en el amanecer por verte sonreír.
Sería
capaz de mendigar el saludo del espectro que camina
solemne
hacia la edad de piedra.
Bien
lo sabes, por ti pasaré como un reflejo de selva en selva.
¿Qué
más quieres?
Dos
cuerpos enlazados domestican la eternidad.
Y
es preciso ponerse de rodillas.
Entonces
el castillo se convierte en una flor, el ojo se convierte
en
un río lleno de barcas y toda clase de peces.
El
piano se convierte en una montaña, el mar en una pequeña
alcachofa
que gira como un molino.
Los
nervios se convierten en un árbol lleno de temblores y
sus
temblores se propagan en l anoche de trecho en trecho
hasta
el infinito.
El
cerebro rueda cuerpo abajo y se va no sabe dónde. Al
mismo
instante las selvas huyen a la desbandada.
Empieza
el suplicio de los huesos con su saco de nubes a
cuestas,
bajando desde la cumbre de la matriz silenciosa,
triste
como el pájaro de una bruja, como la flor amenazada
en
la noche.
Preparado
por la soledad todo es posible. Desde luego
colgada
de cada lámpara una mujer se mece en el aire
que
respiramos. Sale una música de cada cuadro en la pared,
puesto
que sabemos que todo paisaje es un instrumento musical.
Y
detrás de cada puerta hay un esqueleto impaciente que espera.
La
noche llora en su retiro completamente abandonada.
La
noche que te auscultaba el corazón. La noche ¿te acuerdas?
Cuando
las cortinas tomaban forma de orejas y forma de párpados
con
pestañas de silencio. Entonces yo me inclinaba sobre ti como
en
una mesa de disección, hundía en ti mis labios y te miraba;
tu
vientre semejante a una herida viva y tus ojos como el fin
del
mundo.
Arrastrados
por la soledad, Isolda, nos sumergimos en la noche
que
nos esperaba al pie de la casa..
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