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¿Nos
olvidamos, a veces, de nuestra sombra o es que nuestra sombra nos
abandona de vez en cuando?
Hemos
abierto las ventanas de siempre. Hemos encendido las mismas lámparas.
Hemos subido las escaleras de cada noche, y sin embargo han pasado
las horas, las semanas enteras, sin que notemos su presencia.
Una
tarde, al atravesar una plaza, nos sentamos en algún banco. Sobre
las piedritas del camino describimos, con el regatón de nuestro
paraguas, la mitad de una circunferencia. ¿Pensamos en alguien que
está ausente? ¿Buscamos, en nuestra memoria, un recuerdo perdido?
En todo caso, nuestra atención se encuentra en todas partes y en
ninguna, hasta que,de repente advertimos un estremecimiento a
nuestros pies, y al averiguar de qué proviene, nos encontramos con
nuestra sombra.
¿Será
posible que hayamos vivido junto a ella sin habernos dado cuenta de
su existencia? ¿La habremos extraviado al doblar una esquina, al
atravesar una multitud? ¿O fue ella quien nos abandonó, para
olfatear todas las otras sombras de la calle?
La
ternura que nos infunde su presencia es demasiado grande para que nos
preocupe la contestación a esas preguntas.
Quisiéramos
acariciarla como a un perro, quisiéramos cargarla para que durmiera
en nuestros brazos, y es tal la satisfacción de que nos acompañe al
regresar a nuestra casa, que todas las preocupaciones que tomamos con
ella nos parecen insuficientes.
Antes
de atravesar las bocacalles esperamos que no circule ninguna clase de
vehículo. En vez de subir las escaleras, tomamos el ascensor, para
impedir que los escalones le fracturen el espinazo. Al circular de un
cuarto a otro, evitamos que se lastime en las aristas de los muebles,
y cuando llega la hora de acostarnos, la cubrimos como si fuese una
mujer, para sentirla bien cerca de nosotros, para que duerma toda la
noche a nuestro lado.
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