Escribir, escribirte, dibujarte.
Llenarte el pelo de todas las
palabras detenidas, colgadas en el
aire, en el tiempo, en
aquella rama llena de flores amarillas
del cortés cuya
belleza me pone los pelos de punta
cuando vengo bajando
sola, por la carretera, pensando.
Definir el misterio, el
momento preciso del descubrimiento, el
amor, esta
sensación de aire comprimido dentro
del cuerpo curvo, la
explosiva felicidad que me saca las
lágrimas y me colorea
los ojos, la piel, los dientas,
mientras voy volviéndome
flor, enredadera, castillo, poema,
entre tus manos que me
acarician y me van deshojando,
sacándome las palabras,
volteándome de adentro afuera,
chorreando mi
pasado, mi infancia de recuerdos
felices, de sueños, de
mar reventando contra los años, cada
vez más hermoso y
más grande, más grande y más
hermoso.
Cómo puedo agarrar la ilusión,
empuñarla en la mano y
soltártela en la cara como una paloma
feliz que saliera a
descubrir la tierra después del
diluvio; descubrirte hasta
en los reflejos más ignorados, irte
absorbiendo
lentamente, como un secante,
perdiéndome,
perdiéndonos los dos, en la mañana en
la que hicimos el
amor con todo el sueño, el olor, el
sudor de la noche
salada en nuestros cuerpos, untándonos
el amor,
chorreándolo en el piso en grandes
olas inmensas,
buceando en el amor, duchándonos con
el amor que nos sobra.
Gioconda Belli
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