Me llama, me grita, me
advierte, me despeña y me alza, hace de mi
cabeza un yunque en medio
de las olas, un despiadado yunque
contra quien deshacerse
zumbando.
Hay que tomar el tren, le
urge, No la hay. Salió. Y ahora me dice que ella misma lo hizo volar
al albam desaparecer íntegro ante un amanecer de toros desangrándose
a la boca de un túnel.
Sé que estoy en la edad
de obedecerla, de ir detrás de su voz que atraviesa desde la hoja
helada de los trigos hasta el pico del ave que nunca pudo tomar
tierra y aguarda que los cielos se hagan
cuarzo algún día para
al fin detenerse un solo instante.
La edad terrible de
violentar con ella las puertas más cerradas, los
años más hundidos por
los que hay que descender a tientas,
siempre con el temor de
perder una mano o de quedar sujeto por un pie a la última rendija,
esa que filtra un gas que deja
ciego y hace oír la
caída del agua en otro mundo, la edad terrible está presente, ha
llegado con ella, y la sirvo:
mientras me humilla, me
levanta, me inunda, me desquicia, me seca, me abandona, me hace
correr de nuevo, y yo no sé llamarla de otro modo:
Mi sangre
fantástico!! Buen trabajo!
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