Ella
era una hembra.
Torpe y cruel
desgajándose en silencios
en palabras vanas.
El
era un solitario
un hombre sin destino
Juntos
por la estúpida costumbre
de prolongar encuentros fortuitos.
Tuvieron hijos porque toda mujer desea alguno.
Y vinieron tardes somnolientas
donde el tedio
era señorío.
Se arrastraban por el mundo
esperando,
algún licor violento
dios ajeno que trastocara el sopor,
oculto dardo del sinsentido
Y vivieron juntos
furtivos al asombro
a los otros.
Ella
despertaba aburrida
entre bostezos
al sol sobre sus hombros.
El bebía silencioso, su café.
Le sonreía sobrio
y la olvidaba.
Los encontré una noche
él
muerto a martillazos
sobre la inmensa cama destruida
ella ciega,
irremediablemente loca de horror.
Cerraron la puerta y todo siguió igual.
Ella
deformó su cuerpo y lo cubrió
del paisaje cotidiano
la vida familiar.
El se fue yendo
nadie se dio cuenta.
Los hijos vivieron del recuerdo.
Fueron
propiedad exclusiva
de una mujer digna
intachable
una luchadora
madre de familia
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