El enamorado de Jeanie se había convertido en marinero, y ella estaba sola,completamente sola. Escribió una carta que selló con su dedito, y la arrojó en el río, en medio de las largas hierbas rojas. Así se iría hasta el Océano. Jeanie no sabía escribir en realidad; pero su enamorado debía comprender, ya que la carta era de amor. Y esperó largo tiempo la respuesta, venida del mar; y la respuesta no llegó. No había ningún río que corriera desde él hasta Jeanie.Y un día Jeanie partió en busca de su enamorado. Miraba las flores de agua y sus tallos inclinados; y todas las flores se inclinaban hacia ella. Y Jeanie decía mientras caminaba: "En el mar hay un barco/ en el barco hay un camarote/ en el camarote hay una jaula/ en la jaula hay un pájaro/ en el pájaro hay un corazón, en el corazón hay una carta/en la carta está escrito: Amo a Jeanie. Amo a Jeanie está en la carta, la carta está en el corazón, el corazón está en el pájaro, el pájaro está en la jaula, la jaula está en el camarote,el camarote está en el barco, el barco está muy lejos en el inmenso mar".Y como Jeanie no les tenía miedo a los hombres, los molineros polvorientos, viéndola simple y tierna, con el anillo de oro en el dedo, le ofrecían pan y le permitían acostarse entre las bolsas de harina, con un beso blanco.De este modo atravesó su país de rocas feroces, y la región de los bosques bajos, y las praderas llanas que rodean el río cerca de las ciudades. Muchos de los que albergaban a Jeanie le daban besos, pero ella nunca los devolvía, ya que los besos infieles que las amantes devuelven se marcan en sus mejillas con huellas de sangre.Alcanzó la ciudad marítima en la que su enamorado se había embarcado. Por el puerto, buscó el nombre de su navío, pero no pudo encontrarlo, puesto que el navío había sido enviado al mar de América, pensó Jeanie.Obscuras calles oblicuas descendían a los muelles desde lo alto de la ciudad. Algunas estaban adoquinadas, con un arroyo en el medio; otras no eran más que estrechas escaleras hechas de antiguas losas. Jeanie distinguió casas pintadas de amarillo y de azul con cabezas de negra e imágenes de pájaros de pico rojo. Al anochecer, grandes lámparas se balancearon delante de las puertas. Hombres que parecían ebrios se veían entrar por ellas. Jeanie pensó que serían las pensiones de los marineros que regresaban del país de la mujeres negras y de los pájaros de color. Y tuvo un gran deseo de esperar a su enamorado en una de esas pensiones, que tenía tal vez el olor del lejano Océano.Alzando la cabeza, vio unas figuras blancas de mujeres, apoyadas en las ventanas enrejadas, donde estaban tomando el fresco. Jeanie empujó una puerta doble, y se encontró en una sala embaldosada, entre mujeres semidesnudas, con vestidos rosas. En el fondo de la penumbra caliente un loro movía lentamente sus párpados. Había también un poco de espuma en tres grandes vasos angostos, sobre la mesa.Cuatro mujeres rodearon a Jeanie, riendo, y ella reparó en otra, vestida de obscuro,que cosía en una pequeña salita.–Es del campo –dijo una de las mujeres.
–¡Silencio! –dijo otra–, no hay que decir nada.Y todas juntas le gritaron: –¿Quieres beber, primor? Jeanie se dejó abrazar, y bebió en uno de los vasos angostos. Una mujer gorda vio el anillo.–Qué me dicen: ¡es casada! Todas repitieron juntas: –¿Eres casada, primor? Jeanie se ruborizó, porque no sabía si estaba realmente casada, ni cómo había que responder.–Yo las conozco a esas casadas –dijo una mujer–. Yo también, cuando era pequeña,cuando tenía siete años, andaba sin enaguas. Fui completamente desnuda al bosque para construir mi iglesia: ¡y todos los pajaritos me ayudaban a trabajar! Estaba el buitre para arrancar la piedra, y el palomo, con su gran pico, para tallarla, y el pardillo para tocar el órgano. Esa era mi iglesia de bodas y mi misa.–Pero este primor tiene su alianza, ¿no? –dijo la mujer gorda.Y todas juntas gritaron:–¿De verdad, una alianza?Entonces abrazaron a Jeanie una tras otra, y la acariciaron, y le hicieron beber, y hasta consiguieron hacer sonreír a la dama que cosía en la pequeña salita. Entretanto un violín sonaba ante la puerta y Jeanie se había quedado dormida. Dos mujeres la depositaron dulcemente en una cama, en un cuartito, al que llevaba una pequeña escalera. Después dijeron todas juntas: –Hay que darle algo. ¿Pero qué? El loro se despertó y se puso a parlotear.–Les diré –explicó la gorda. Y habló largamente en voz baja. Una de las mujeres se enjugó las lágrimas.–Es verdad –dijo–, no hemos tenido, eso nos traerá felicidad.–¿No es cierto?, ella para nosotras cuatro –dijo otra.–Vamos a pedirle a Madame que nos permita –dijo la gorda.Y al día siguiente, cuando Jeanie se fue, tenía en cada dedo de su mano izquierda un anillo de alianza. Su enamorado estaba muy lejos; pero ella golpearía en su corazón, para volver a entrar en él, con los cinco anillos de oro
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