PRISIÓN, de Cecilia Meireles





En esta ciudad

cuatro mujeres están en la cárcel.

Cuatro solamente

una en la celda que da al río,

una en la celda que da al monte,

otra en la celda que da a la iglesia,

y la última en la que da al cementerio

allá abajo.

Cuatro solamente.


Cuarenta mujeres en otra ciudad,

cuarenta por lo menos,

están en la cárcel.

Diez vueltas hacia las espumas,

diez hacia la movediza luna,

diez hacia piedras sin respuesta,

diez hacia engañosos espejos.

En celdas de aire, de agua, de vidrio

están presas cuarenta mujeres

cuarenta por lo menos, en aquella ciudad.


Cuatrocientas mujeres

cuatrocientas, digo, están presas

cien por odio, cien por amor,

cien por orgullo, cien por desprecio

en celdas de hierro, en celdas de fuego,

en celdas sin hierro y sin fuego, solamente

de dolor y silencio,

Cuatrocientas mujeres en otra ciudad

Cuatrocientas digo, están presas.


Cuatro mil mujeres en la cárcel,

y cuatro millones y ya no llevo la cuenta,

en ciudades que no se dicen,

en lugares que nadie sabe

están presas, lo están para siempre

sin ventana, sin esperanza,

unas vueltas hacia el presente,

otras hacia el pasado, y las otras

hacia el futuro, y el resto el resto,

sin futuro, pasado o presente

presas en la prisión giratoria,

presas en el delirio, en la sombra,

presas por otros y por sí mismas,

tan presas que nadie las suelta,

ni el rojizo rayo del sol

tampoco la golondrina azul de la luna

pueden llevar ningún recado

a la prisión donde las mujeres

se convierten en sal y muro.

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