SÍ, MIS AMIGOS, de Juan L. Ortiz





Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre
       relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía también fue, la poesía también es, un llamado en
       la noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la belleza
       está allí.
En ese resplandor que casi vuelve imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un puro
       mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y
       sangraron, las manos,
son a quellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
¿Véis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos
       y de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las "páginas que defienden
       su blancura",
y sobre los silencios, tantos silencios, que luego han de
       cantar?
¿Véis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una
       novia o como una hija?
¿Véis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas
       respuestas en la escala toda, relativa, del vértigo?
¿Pero véis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede
       mirarse de veras y ver el infinito?
Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.

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