RECOGE TUS PEDADOS, de Olga Orozco









 No, no lloro por ti

que ya cerraste "la tarde y la mañana en el último día de los
                      [siglos";
lloro por la niñita blanca de dos viejos retratos;
esa de la que eras el porvenir erróneo,
el presente negado por dos veces en el reverso oscuro:
"A Olga, la que no fui".
De pie, detenida en tu paso frente a las pirotecnias de la luz,
¿qué te impidió llegar hasta el columpio que oscila entre las
                        [ nubes?,
¿quién te cruzó el camino con una soga negra trenzada por los
[perros del infierno?
¿y en quién recae ahora esta desgarradura insoportable?
De frente y de perfil, la indefensa sonrisa de estupor a punto
                       [de nacer,
comenzabas tu inicuo prontuario de inclemencias con 
                       [los brazos caídos
y una mano apoyada levemente en el terciopelo que se va,
en la dulzura que huye.
¿Qué mirabas entonces tan absorta
como si contemplaras faunas desconocidas en un torpe dibujo
                       [indescifrable?
Tal vez vieras proyectarse en el muro formas vertiginosas del
                       [destino:
los vuelos insensatos de la madre trazando cada vez círculos
                       [más distantes,
unas sombras chinescas creciendo como
                       [monstruos domesticados por el padre,
la confabulación de los espejos donde se ocultan siempre las
                       [hermanas,
y al final el amor, el laberinto ciego que lo confunde todo,
el puñado de polvo brillando entre los dedos,
la sanción con el látigo, la hoguera y el cuchillo.
Aún no lo sabías.
Aún eras una cinta fulgurante detrás de la cometa inalcanzable
la niñita que gira como un sol entre acacias, coronada de 
                       [lluvias amarillas;
la intérprete del zorro, de la piedrecita y de la hormiga;
la comensal de honor de los conejos, que desmigaja el pan
                       [junto con su risa;
la que alza los ojos azorados hacia la noche incomprensible
y tiembla entre las sábanas cuando escucha la voz de un dios
                       [desconocido amenazando con el rayo.
Yo he visto a esa criatura del pavor asomarse a tu cara
como si resurgiera desde el fondo sombrío hasta la superficie
                       [de las aguas
para espiar otra vez entre los listones del carruaje una escena 
                       [inaudita;
la veo todavía sacudirse de nuevo en tus sollozos, deslizarse 
                       [en tus lágrimas,
mientras la mano atroz la precipita por la cuesta sin fin contra
                       [el acantilado.
¿Dónde estaban los ángeles insomnes? ¿dónde, la diligente
                       [providencia?
Recoge los pedazos.
Yo te presto a mi abuela, esa que ya querías
y que andará tan atareada por todos los hospitales de los cielos.
Sabrá unir los fragmentos con sus costuras invisibles, con su
                      [santa paciencia.
Y deja que te conduzca en tus dos tiempos hasta la que no fuiste, allá donde se fusionan sin duda los modelos del intenso deseo con los borradores de las frustaciones y la consumación.
Después, en un día cualquiera, cuando te acuerdes, cuando quieras, que puedas estampar tu rostro único en algún cristal que mire hacia este mundo,
aunque sea un instante; aunque sea un instante
que yo pueda leer en el reverso de la nube más alta:
"A Olga, la que ya soy".

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