ESPERANZA, de Emily Bronte





La Esperanza solo fue una amiga asustadiza;
se sentaba al otro lado de la reja de mi celda
a observar cómo se iba cumpliendo mi destino,
igual que hacían los hombres de corazón egoísta.
En su miedo, podía llegar a ser cruel:
a través de los barrotes, un lúgubre día,
miré hacia fuera para verla ahí,
¡y ella apartó su rostro!
Como un falso guardián haciendo una guardia falsa,
aun cuando había lucha, ella susurraba paz;
cantaba mientras yo lloraba,
pero, si yo escuchaba, se callaba.
Era falsa e implacable:
cuando mis últimas alegrías cubrían el suelo
y hasta la Pena miraba con remordimientos
aquellas tristes reliquias desperdigadas,
la Esperanza, en cambio, cuyo rostro habría sido
un bálsamo para mi convulso dolor,
abrió sus alas y se remontó a los cielos,
se marchó, ¡y jamás volvió!

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