¿ERES TÚ QUIEN LLAMA?, de Olga Orozco








Sin un solo fulgor que acompañe mi noche
–no hay nadie junto a mí; hace mil años que tu silencio es 
                              [sombra–,
vuelvo a oír otra vez, como en esos insomnios de brujas y de
                             [lobos,
el oscuro, insistente llamado contra el vidrio.
Pero tampoco ahora, como entonces, cuando mi 
                             [casa comunicaba con el cielo,
veo pájaro herido ni rama desvelada que reclamen abrigo.
«Sólo un golpe de lluvia o un puñado de arena contra los                              [malos sueños,
o algún ánima errante en busca de perdón y de plegarias»
–dijo la voz del viento en mis recuerdos–.
¿Y si fuera esta vez el visitante siempre convocado, tan sólo
                             [con estar,
sin que haga falta un nombre, ni siquiera una lágrima?
(He llorado ya tanto, de cara contra el muro,
que mi alma fue barrida por la sal, lo mismo que Cartago.)
Ahora tiembla el aire, se convulsiona, se condensa en gasas,
me presencia, me mira.
Hay alguien transparente que retorna desde un leve 
                             [depósito de niebla
o quizás del reflejo de mis propios ojos.
¿Acaso no encontramos lo perdido oculto en los confusos
                             [inventarios del mundo,
aun en los relatos de las nubes y en los tatuajes de las piedras, sin haberlo buscado?
Así te vi pasear como un relámpago por ansiosas paredes,
y fuiste alguna vez el resplandor de un ángel borroso en mi
                            [costado
y la ráfaga tibia y perfumada que me abrazó en la noche más
                            [hostil del invierno.
Creo que eras entonces y eres también ahora.
Y aunque basten los juegos de una llama o 
                [los desplazamientos de una pluma en la brisa
para que reaparezca de pronto alguna ausencia,
puede ser que las almas anden en ese fuego, en esa 
brisa, a la espera de la nostálgica mirada que los devuelva por                              [un instante al mundo,
nada más que un instante,
un parpadeo apenas en la vigilia de la eternidad.
Tal vez aquel remoto llamado contra el vidrio, entre asedios 
                            [de brujas y de lobos,
allá lejos, entonces, cuando el destino era un tapiz en 
                            [blanco, fuera un eco anterior,
el anuncio de que vendrías hoy, después del tiempo,
a golpear con tus manos de siempre, con tus manos
de nunca en mi ventana.

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