SE PREGUNTA POR LOS POETAS EN EL PARQUE DE STRUGA, de Leopoldo de Luis





Los árboles recuerdan
a los poetas que dejaron sombra
plantada entre raíces invisibles
y cruzaron su voz como palomas
hacia la luz de Struga, sobre el río,
sonando entre la fronda.

Los árboles son manos
de poetas que escriben su remota
lección en el papel azul del viento.
El parque es una madre que se arropa
con vestidos fugaces y amarillos
y verdes, en sus telas transitorias.

¿La poesía está en estas raíces
o está sólo flotando en la memoria?

Pasa la vida, su diario
trajín, sus mínimas historias,
su cotidiana realidad sin música,
el beso frío de sus pobre bocas.

Los poetas pasaron. Hay algunos
a quienes un alfil de muerte escolta.
Otros, escriben lejos sus poemas,
a qué distancia de estas lentas rosas
que ya no huelen para ellos,
desterrados de luz premonitoria,
prófigos de paisajes repentinos
que el Drim refleja y sus estampas moja.

¿Dónde están los poetas? ¿Son los príncipes
que aquí, sobre este puente, ciñeron sus coronas?
No son más que los hombres alejados
que clavan en sus íntimas panoplias
el recuerdo de un día y ejecutan
su oficio de engañosa
realidad, de verdades inventadas
y espacios de palabras rotas.

Pasaron los poetas. Nada queda
de ellos, sino la pálida magnolia
quebrada de su voz, que el viento imita
urdiendo de los árboles las copas.
No son sus huesos las raíces, sólo
son barro y sueño en invisibles bodas
bajo la tierra que una vez pisaron
y que sus huellas en la luz se borran.

Hoy mis ojos, mi alma, mis recuerdos,
a los árboles graves interrogan
por los poetas. Les responde el río,
una vez más de vida metáfora sonora.

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