PALACETE FRENTE AL LAGO DE OHRID, de Leopoldo de Luis

 


El hombre que habitaba estas paredes,
que en este bosque hundía su mirada,
que se sentó a esta mesa, que sus huesos
en estos mismos muebles descansaba,
el viejo luchador cuya presencia
invisible se siente en esta casa,
el que hoy es sólo sombra repentina
apoyada en las últimas barandas
fronteras del espejo lento y mudo
del lago, un día recorría España.
Y lo adivino junto a aquel muchacho
que fui, que joven estrenaba
un traje de aventura y sufrimiento
y un corazón de lucha y esperanza.
Vamos juntos por campos bombardeados
y por tristes ciudades derrumbadas
bajo el cielo amarillo de Castilla,
el cielo blanco de Levante,
la alta mano azul de los cielos andaluces,
el cielo gris que el verde Norte empapa.
Viene mi juventud con sus espumas
De mar, con sus clepsidras de agua
confusa y transparente, con su tierra
de música y de sangre atravesada.
Un hombre, sólo un hombre o una sombra
que su perfil evocador levanta
bastante es hoy para que la figura
de aquel adolescente en mí renazca.
Es un trozo de vida lo que vuelve
a habitarme de pronto esta mañana,
es un pequeño perro de memoria
lo que por dentro al corazón le ladra
cuando la sombra de este viejo artífice
sale a mi encuentro al recorrer estancias
de un recinto cercado por los cedros
que el lago de Ohrid en sus espejos guarda.

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