CASA EXTRAÑA CONTEMPLADA AL ATARDECER, de Leopoldo de Luis




¿Cómo he entrado en esta casa
que no es mi casa ni tiene
-rastros de años y sucesos-
mi retrato en las paredes?
Sus habitantes no ven
que soy un extraño huésped;
entran y salen, se sientan
o se levantan, se mueven
como si yo no estuviera
o cual si una sombra fuese.
Oigo frases que no entiendo
y hablo lo que no me entienden.

Su vida sencilla cumplen
los hombres y las mujeres
de la casa donde estoy
tan presente como ausente.
Parten un pan que no como,
no bebo el agua que beben
y aunque me siento cansado
no tengo donde caerme
muerto, ni vivo tampoco,
porque no está aquí mi muerte.
«¿No eres de aquí?» me pregunta
las amorosas paredes,
y yo quisiera decir
que sí soy, que sí me deben
acoger porque me muero
de tantos atardeceres.
«¡No eres de aquí!», me rechazan
los viejos y oscuros muebles
donde quisiera dejar
mis huesos que el tiempo vence.
Lejos de mi casa, sueño
en esta casa esconderme
y dar cobijo a las ruinas
de lo que aún me pertenece.
Es tarde. Dejar no puedo
a esta niña a la intemperie,
a esta niña que me sigue
y que Alma por nombre tiene.

Un viento que las ventanas
cierra y la puerta enmudece
me empuja hacia afuera y
echarme de casa quiere.
(¡Si esta casa me acogiera
por última vez, clemente!).

Pero el viento sin piedad
repite veces y veces
mientras golpea las puertas:
«¡No tienes aquí tu muerte!»

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