CARTA A JOSÉ LUIS PRADO, de José García Nieto





Será que le hemos visto el mango al cuchillo,
el sucio interior del mango que una piel brillante cubría;

será que de pronto el cuchillo ha perdido su buscada delgadez;
y se nos ha quedado en la mano, hiriendo
no con la sangre limpia de la herida
sino con la carroña de su elaborada fortaleza.
Será que la palabra cortaba el pan con una demasiada y
utilitaria perfección
y era la hoja fácil a las formas de la amada, de la madre,
de la amistad o de Dios mismo;
será que el cuchillo ahora ha enseñado el infierno que
nuestro uso de hombres cubría,
será que ya el pan está migado hasta la confusión,
hasta la tierra,
hasta el hastío.
Yo he tenido, tengo todavía, un cuchillo con el que he cortado,
con el que he partido a la hora justa,
en una mesa a la que te has sentado,
los manjares que creía posibles para tenerme en pie sobre esto
que hemos dado en llamar poesía.
Parece que hace ya mucho tiempo.
Cuánta sorpresa, ¿te acuerdas?
Cuánto temblor sin definir rozándonos y compartiéndonos
y haciéndonos amigos hasta la hermandad, ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas?, ¿nos recuerdas en el camino real de la aventura?
Yo iba un poco delante, y tú, detrás, preguntabas.
Se iba haciendo el cuchillo poco a poco, afilándose.
Y brillaba,
y daban ganas de llorar cuando el corte era claro
y los dos pedazos del manjar aparecían casi comunicados y anteriores,
y un pedazo era yo, o eras tú, o éramos los dos hablando,
y el otro era el que tendríamos que lanzar para bocado de los hombres.
Había hambre en la tierra.
Creíamos que había hambre en el mundo y que tú y yo
daríamos de comer a infinidad de seres que esperaban
nuestros más verdaderos años.
Hace ya mucho tiempo,
hace siglos de aquello;
hace hambre en la tierra; otra hambre hace.
No la que tú y yo hemos visto;
no la de la sed, la de la justicia o la del lecho tibio,
no la de la palabra en flor que acongoje un punto a la primera
muchacha que se apoye sobre un libro.
Hace frío y hambre.
Y sólo el mango de un cuchillo que fue tengo entre las manos.
Y te lo digo a la hora del café como si te hablara a la hora misma de la muerte,
y te lo digo sobre mis hijos y los tuyos como si no supiera que al
hablar de esto está lloviendo fuego sobre sus cabezas.
Estoy haciendo infierno al que acaso puedan asomarse
con espanto un día.
Hace frío que sale del frío que me dan tus versos y los míos al
entrechocarse ahora hablando de tantas cosas que creo
que no importan.
Hace frío y hambre.
¿O todo es mentira?
¿O nadie habla, nadie ha hablado nunca desde un horno, desde un nevero que se nos ha negado?
Calor tuyo, frío que me envuelve, o terror de los dos sin poderse entender eternamente.
¿O todo es mentira y hay que callar, callar como los árboles, y elevarse por Dios hasta el instante de la total sequía?
¿O es que de nuevo a nosotros, a mí, tan pobre, tan pulido, tan peinado y de hoy sobre la tierra,
me ha sido dado aparecer en el aire del ángel que Dios
precipitara en aquel día antiguo?
Dime si estoy dejado de la mano de Dios;
si estoy, mejor, dejado de la palabra de Dios,
de la más delgada y oculta palabra del Señor.
Y me callaré para siempre,
y nadie dirá nada,
y encontraré mil fórmulas para pasear mi cadáver por la tierra,
mi insospechada mudez a la que no voy a poder acostumbrarme
porque me he engañado cuatro veces diez años,
cuatro veces los cuatro niños que he sido
para conducir con su confianza ciega
a este hombre de hoy con espanto,
a este desertor de hoy que tiene el mango de un cuchillo en su mano derecha.
mi entristecido corazón?
¿Será que estoy soñando y haciendo sonar una hierba que ya no puede recoger mi muelle desencanto?
¿Será que el mango del cuchillo es mi alma, Dios mío,
y era sólo un metal de palabras de amor lo que la hacía
olvidarse del peligro?
atribulado,
corre respondiendo a mi anhelo por decir,
porque de pronto parece que es la última vez que va a resistir el empujón de mis dedos febriles;
corre para que tú leas después, para llorarte después sobre los hombros.
porque ya tengo el mango del cuchillo ensuciándome,
marcándome con fango y no con sangre de héroe
oscureciendo mis dedos que se aferran a su ardiente ultimidad.
Sé que golpeo contra un muro de hambre,
y tengo sed, y es de noche hasta no sé cuándo.
Y te escribo, no sé, hasta aquí, por ejemplo.

Y ya no puedo partir el pan porque sólo el mango del cuchillo está ensuciando mis manos, tan cuidadas.

¿Será que sólo el puro grito es lo que alarma momentáneamente

Corre esta máquina de escribir, y golpea como un corazón

Y sé que hasta que se cayera a pedazos podría seguir golpeando,

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